jueves, 13 de enero de 2011

No olvidar, no perdonar

 NAPALPÍ Y RINCÓN BOMBA
(AW) Durante el siglo pasado dos masacres de pueblos originarios todavía reclaman justicia. Dos masacres que a pesar de los años transcurridos, aún pugnan por salir del silencio. Masacres sólo comparables con las ocurridas durante los sucesos de la "Semana Trágica" y de "la Patagonia Rebelde" o con el terror vivido durante los años de la dictadura del "proceso". Napalpí Y Rincón Bomba interpelan nuestra conciencia. Pero el genocidio continúa. Sobre todo de las hermanas y hermanos originarios. Lento, silencioso. Nada es casualidad. Los terratenientes algodoneros, los Patrón Costas, hoy son los zares de la soja. Los mismos intereses. Los mismos asesinos. Nuestros hermanos son diezmados con exclusión, hambre, falta de atención sanitaria. Su cultura hoy como ayer, es mancillada y avasallada por quienes se creen dueños de todo. Los usurpadores de siempre. Porque la justicia es necesaria, porque el silencio debe terminar publicamos las reseñas históricas de lo ocurrido en ambas ocasiones. Porque es imprescindible no olvidar, no perdonar.


Video con el testimonio de Melitona Enrique, última sobreviviente de Napalpi. Falleció 2009.-



La masacre de Napalpí

La amargamente conocida "Conquista del Desierto" llevada a cabo por Julio A. Roca, Ministro de Guerra del entonces presidente Nicolás Avellaneda, durante los años 1878 -1879 tuvo como objetivo primario el exterminio de los pueblos originarios y la apropiación de sus territorios y la incorporación de las tierras del llamado "desierto" a la producción capitalista en desarrollo en Argentina.
Durante la presidencia de Roca a partir de 1880 comenzó lo que se conoce como "Segunda conquista del desierto" llevada adelante por quien fuera su ministro de Guerra, Benjamín Victorica, que encomendó la tarea al Gobernador del Chaco Francisco Bosch y y al jefe de Frontera Norte, Coronel Manuel Obligado. Con la misma política de exterminio que en sur, los originarios fueron doblegados a sangre y fuego a pesar de la heroica resistencia. En 1884 la región fue dividida, merced a la ley 1.532, en dos gobernaciones: la de Formosa y la del Chaco
La forma de disciplinar a los indígenas fueron tradicionalmente las reducciones. Los españoles primero, y luego los criollos agrupaban a los habitantes nativos en un espacio geográfico reducido y limitado para poder evangelizarlos y utilizarlos en la producción agrícola y manufacturera, entre otras cosas. Napalpí, creada en 1911 en la provincia del Chaco, fue una de ellas.
mural_napalpi
Mural que recuerda la masacre en Colonia Aborigen

Los Hechos

Para 1924, año en que ocurre la masacre, la mayor parte de los habitantes de la reducción de Napalpí eran utilizados en la producción algodonera.
Las protestas obreras comenzaron algunos meses antes del 19 de julio, las demandas de las comunidades indígenas se centraban en mejores condiciones de trabajo, pago en moneda y no en "vales", y la defensa de sus territorios, permanentemente invadidos por "el blanco". La complicidad de las autoridades políticas facilitó la expansión de las formas de producción capitalista en el campo chaqueño, y crearon las condiciones para que en un determinado y reducido espacio, los empresarios tuvieran la mano de obra indígena a su disposición para levantar la cosecha.
El reclamo se extendió rápidamente a los campos vecinos. El malestar indígena venía creciendo desde fines del siglo XIX, debido al constante atropello patronal. Como en otras provincias el trabajo era mejor pago, los trabajadores indígenas quisieron emigrar. El Gobernador chaqueño, Fernando Centeno ordenó entonces la prohibición de salida de indígenas hacia otras provincias. La mano de obra barata, casi esclava, quedó así rehén de los terratenientes chaqueños.
El diálogo se hizo imposible y los trabajadores en su mayor parte originarios comenzaron la huelga. Los medios desataron una feroz campaña que hablaba del "peligro indio", de cuatrerismo y de posibles malones. El 12 de julio fracasó la última reunión oficial con los caciques. La mayoría de las demandas fueron rechazadas por el delegado del Ministerio del Interior. Ciento ochenta efectivos de la Policía de Territorios prepararon sus armas para "el combate" final. Era el día 18 de julio de 1924, un día antes de la masacre.
"En la mañana del 19 de julio de 1924, 130 policías y un grupo de civiles partieron desde Quitilipi hasta Napalpí, a 120 kilómetros de Resistencia, Chaco. El historiador Favio Echarri reseñó que el entonces gobernador del territorio chaqueño, Fernando Centeno, había ordenado: "Procedan con rigor para con los sublevados". Según datos de la Red de Comunicación Indígena, durante 45 minutos la policía descargó más de 5 mil balas de fusil sobre la reducción de Napalpí, palabra toba que paradójicamente significa "lugar de los muertos".
Pedro Solans y Carlos Díaz indican que el total de víctimas fue de 423, entre indígenas y cosecheros de Corrientes, Santiago del Estero y Formosa. El 90 por ciento de los fusilados y empalados eran tobas y mocovíes. Algunos muertos fueron enterrados en fosas comunes, otros sólo quemados. Se estima que lograron escapar 38 niños. La mitad fueron entregados como sirvientes en Quitilipi y Machagai, mientras el resto murió en el camino" (www.elortiba.org)
Con el cacique Pedro Maidana, que lideró la lucha, hubo un ensañamiento brutal. A él y a sus hijos les arrancaron los testículos y las orejas, los que fueron objeto de exhibición pública.
Algunas familias indígenas escaparon hacia al impenetrable. Un avión que ya había sido utilizado para identificar las tolderías e incendiarlas, sobrevoló la zona para señalar a los que escapaban y ponerlos en la mira del fusil del copiloto. A los que quedaban heridos, la tropa policial los ultimaba a machetazos o los degollaba. Muchas mujeres fueron tomadas prisioneras y sometidas. Los bienes indígenas de la reducción fueron saqueados. La persecución a los que habían logrado escapar al monte duró meses. La orden: no dejar testigos.

En enero de 2008, Jorge Capitanich, Gobernador del Chaco, pidió perdón públicamente a las comunidades indígenas por la masacre. La masacre hoy continúa. No alcanzan las disculpas.

La masacre de Rincón Bomba (extracto de un artículo de Arturo M. Loza- publicado en Ocho de Octubre Pregón Judicial 72, Año XV - Agosto / Septiembre de 2007.).-

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En marzo de 1947, miles de hombres, mujeres y niños comenzaron la marcha desde Las Lomitas, en Formosa, hasta Tartagal, en Salta. Eran braceros pilagás, tobas, mocovíes y wichís. Les habían prometido trabajo en el Ingenio San Martín de El Tabacal, propiedad del magnate Robustiano Patrón Costas. Les iban a pagar 6 pesos por día. Eso justificaba esa caminada de días y noches, más de cien kilómetros con hambre, cargando penurias y humillaciones. En abril llegaron a El Tabacal, se instalaron en las inmediaciones y empezaron a trabajar en la caña de azúcar. A trabajar todos, mujeres y chicos también. Pero cuando fueron a cobrar llegó la estafa: les quisieron pagar sólo 2,50 pesos por día. Los caciques protestaron. Pidieron un encuentro con don Robustiano o cualquiera otra autoridad del ingenio. Nadie los escuchó. Pocos días después, Patrón Costas dio la orden de echarlos sin ninguna consideración.
Miles de indígenas -se estima que eran 8.000- con escasísimos alimentos que les dieron pobladores de El Tabacal, emprendieron la retirada a Las Lomitas. Otros más de cien kilómetros a pie con niños, ancianos y el hambre que se fue acumulando en cuerpos huesudos y panzas desnutridas. Se instalaron en un descampado llamado Rincón Bomba, cercano al pueblo. Encontraron allí no sólo un madrejón que les proporcionaba agua, un recurso fundamental teniendo en cuenta el lugar hostil y las elevadas temperaturas, sino también compañía: ahí asentaban grupos de su misma etnia.
Estaban agotados y enfermos. Recuerdan algunas pocas crónicas de la época y lo confirman las presentaciones de los abogados García y Díaz, las madres indígenas recorrían las calles de Las Lomitas y de los parajes vecinos para pedir un poco de pan. La estafa que había protagonizado Patrón Costas contra los braceros se fue corriendo de boca en boca. Por aquel entonces Formosa no era provincia, los gobernantes eran designados por el poder central, es decir, por el presidente Juán D. Perón. Los pilagás decidieron formar una delegación para ir a pedir ayuda. Al frente se pusieron tres caciques, Nola Lagadick, Paulo Navarro (Pablito) y Luciano Córdoba. Hablaron con la Comisión de Fomento. Y también con el jefe del Escuadrón 18 de Gendarmería Nacional, comandante Emilio Fernández Castellano. El Presidente de la Comisión de Fomento se comunicó con el gobernador de Formosa, Rolando de Hertelendy, y éste con el gobierno nacional. Al enterarse, el presidente Juan Domingo Perón mandó inmediatamente tres vagones de alimentos, ropas y medicinas.
Los tres vagones llegaron a la ciudad de Formosa a mediados de septiembre. Pero el delegado de la Dirección Nacional del Aborigen, Miguel Ortiz, dejó los vagones abandonados en la estación tras ser despojados de más de la mitad de sus cargas. Salieron diez días después y llegaron a Las Lomitas a principios de octubre. Los alimentos estaban en estado de putrefacción. Pero aún así los repartieron en el campamento indígena. Las consecuencias fueron de espanto: al día siguiente amanecieron con fuertes dolores intestinales, vómitos, diarreas, desmayos, temblores, por lo menos cincuenta indígenas murieron, en su mayoría niños y ancianos. Al principio fueron enterrados en el cementerio de Las Lomitas, luego les cerraron las puertas y los cadáveres tuvieron que ser llevados al monte. Cuentan que noche tras noche retumbaban los instrumentos en las ceremonias mortuorias. La indignación fue lógica. Las crónicas locales propalaron la versión de que la bronca se convertiría en estallido contra los habitantes y se infundió miedo.
Los indios denunciaron que habían sido envenenados. El presidente de la Comisión de Fomento de Las Lomitas, a su vez, fue a hablar varias veces con el comandante de los gendarmes. Le decía que el pueblo tenía miedo que los hambrientos los atacaran... Obvio, después de las muertes por alimentación podrida, este rumor creció. La Gendarmería rodeó el campamento indígena con cien gendarmes armados y prohibió a los pilagás entrar al pueblo.
Frente a tanta agresión y desprecio, el cacique Pablito pidió hablar con el comandante. El oficial aceptó encontrarse en el atardecer, pero a campo abierto. Allí estuvieron. Era el 10 de octubre. El cacique avanzó seguido por más de mil mujeres, niños, hombres y ancianos pilagás con retratos de Perón y Evita. Enfrente, desde el monte vecino, cien gendarmes los apuntaban con sus armas. Los indios habían caído en la trampa. El segundo comandante del Escuadrón, Aliaga Pueyrredón, dio la orden y las ametralladoras hicieron lo suyo. Cientos de pilagás cayeron bajo las ráfagas. Otros lograron escapar por los yuyales pero la Gendarmería se lanzó a perseguirlos: "que no queden testigos", era la consigna de los matadores. La persecución duró días hasta que fueron rodeados y fusilados en Campo del Cielo, en Pozo del Tigre y en otros lugares. Luego -señala la presentación de los abogados-, los gendarmes apilaron y quemaron los cadáveres. Según la presentación ante la Justicia, fueron asesinados de 400 a 500 pilagás. A esto hay que sumarle los heridos, los más de 200 desaparecidos, los niños no encontrados y los intoxicados por aquellos alimentos en mal estado. En total, se calcula que murieron más de 750 pilagás, wichís, tobas y mocovíes.

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