(Cuba Debate)
Este artículo fue escrito hace dos años por Celia Hart Santamaría, hija de Haydeé Santamaría y Armando Hart, cuando Vilma Espín murió, el 19 de junio de 2007. Ni quien inspiró estas palabras ni quien las escribió están físicamente con nosotros, pero igual las palabras y los hechos que las hicieron posibles nos siguen inspirando. Cubadebate recuerda hoy el nacimiento de Vilma. Habría cumplido 81 años.MENSAJE DE AMOR A DESTIEMPO
A Vilma, la revolucionaria más bonita
Yo no estaba en Cuba cuando nos dejó para siempre la sonrisa más bonita de la Revolución. Vilma Espín fallecía después de estar enferma mucho tiempo. Aun así la consternación de lo inevitable se apodera del alma. Por frágiles instantes la muerte se convierte en una burlona sentencia de la propia vida. Vilma nació rica, hermosa e inteligente Todas las categorías de las clásicas princesas de los cuentos de hadas. Pero su palacio encantado fue la lucha revolucionaria, y su príncipe azul un pequeño rebelde con rostro adolescente.
Aun así, nunca dejó de ser princesa. Si miramos otra vez aquella imagen con camisa de cuadros, un fusil y una sonrisa, nos arrodillaremos todos palpitantes ante la princesa. Su piel, sus cabellos y su figura espigada recuerdan la azucena llena de olor. Eso es Vilma: una espigada azucena.
Ahí está el material de estudio para aquellos que tratan de acomodar el nacimiento de los líderes en estrecha camiseta manualista: pequeñoburguesa, nacional revolucionaria, etcétera.
Si algo no era la hermosa Vilma, era ser pequeña. Era grande en todo, y sobre todo en su confianza en el futuro.
Hasta que ellos no entiendan los resortes últimos que movilizan el corazón y el pensamiento, los que no tenemos nada que perder seguiremos esta ruta peligrosa de no sabernos identificar frente al capital. Vilma fue de las participantes más fogosas en la clandestinidad. Su nombre se asocia inmediatamente al delicado recuerdo de Frank País. Su entrega en la toma de la ciudad de Santiago el 30 de noviembre fue especial. Lo sé porque me lo dijeron mis padres, que participaron con ella. Los dos me decían: «¡Lucía tan hermosa con el recién estrenado (y bendito) brazalete rojinegro!»
El tiempo siempre nos deja espacio para retomar la historia. Miren no más a tres de esas mujeres fundadoras: Celia, Haydee y Vilma. Las primeras dos se nos fueron en 1980. Cada una a su modo y con la irreverencia de ambas. Celia fue la campesina que supo descubrir la belleza espléndida de la Revolución, sin separarse de Fidel un solo instante, formando parte sustancial de sus reflexiones, ¡incluso las de hoy! A Haydeé le desbordaba la pasión, y, convulsa, supo entregar a los intelectuales y artistas esos caminos de lucha a contramano…
Vilma fue entonces la más serena, fue el alma de la familia cubana.
En momentos difíciles, la Federación de Mujeres Cubanas se dedicó a atender esos espacios que tan sólo la familia sabe tocar: la incipiente prostitución, la conducta social y moral. Forjó una gran familia al lado de aquel «príncipe azul» del Segundo Frente Oriental. Ese mismo que, trémulo, condujo sus cenizas tan sólo con una rosa roja. Ese mismo que hoy atiende casa con tino y oficio, mientras Fidel se nos repone… con una pluma en la mano, pues no deja de escribir.
Entre esas tres mujeres distintas y complementarias se sentó la mujer cubana en el sitio que descubrió más acertado. Vilma fue tal vez la que tuvo mayor cadencia. Miren no más: Celia no tuvo hijos; su labor fue acompañar a Fidel en su labor militante. En este Fidel que reduce a la muerte y sigue, desde una provocadora distancia, acechando nuestra impertinencia por verle… está Celia Sánchez, más que nadie, cuidando incluso sus últimos años. Haydee no conoció a sus escasos nietos y dejó a sus dos hijos plantados en plena adolescencia… por voluntad y conciencia propia. Su misión fue recurrir a la prisa para convertir el arte en arma de combate…; lo logró sin dudas. En este arte contestatario y revolucionario que salpica por todos lados en Cuba y el mundo, está el alma enredada de Yeyé, con su ironía y sus bromas. Vilma murió, sin embargo envuelta de una prodigiosa familia de hijos y nietos jóvenes ya. Representó el corazón de la familia cubana, de los espacios de la mujer, de hacer coincidir la maternidad y la estabilidad familiar con los domingos de trabajo voluntario, de hacer que no fuera incompatible el hogar y la Revolución. También lo logró… con su ejemplo inequívoco por delante.
En aquellos días del llamado período especial, a lo que significo como comunismo de guerra, Vilma estuvo presente ayudando a la mujer cubana a buscar fórmulas para mantener unida a la familia. Lo sé muy bien porque estuve de secretaria de la FMC en mi barrio. Allí diseñamos mil estrategias de resistencia…, dondequiera estaban los señuelos de Vilma.
Mi Revolución está escarchada por esas figuras maravillosas. Vilma es una de ellas…., de aquellas mujeres que tuvieron el privilegio que difícilmente tendremos nosotras: armar un cambio de época con la plenitud de Fidel y del Che. Dudo que vuelva a repetirse, al menos hoy cuando me embargan las lágrimas de lo irremediable. Por último, un agradecimiento a ella, que le hice saber en su momento. Ya estaba enferma y yo le dije, sin darle demasiada importancia, que en una carta mi madre, Haydee Santamaría, deseaba haber sido enterrada en Santa Ifigenia, el cementerio de Santiago de Cuba.
Para quien me conoce un poco, sabe que me son irrelevantes esas cosas… Pero Vilma lo tomó como un asunto personal. Recuerdo estar en su oficina, mientras ella planeaba punto a punto los deseos de mi madre, diseñando personalmente el cartel, contratando cualquier cantidad de girasoles (flor de Haydee) que pudieran cortarse, para hacer el nuevo entierro de Haydée, el verdadero: allí al lado de sus camaradas muertos en el Moncada, allí al lado de su hermano Abel y sobre todo al lado de Martí. Bastó que yo le mencionara la carta y ella hizo suya esa grandiosa obra.
Al principio no la entendí bien. Mas, después de aquel día, no he llorado más los 28 de julio, día del suicidio de mi madre. Eso sí sabía Vilma: arrullar a las niñas como yo…., niñas de cuarenta años. Hoy, cuando lloro porque se fue, no puedo dejar de recordar su sonrisa encendida en la calle San Jerónimo, cuando me contaba las aventuras de mis padres recién casados en la clandestinidad, cuando todo parecía música y color. Creo que ella sabría que yo no lloraría más los 28 de julio. A ella le agradezco esa misión psicoanalista…. de no llorar más ese día.
Por eso no le diremos adiós a la revolucionaria más hermosa de Cuba. Aquella que prefirió una flor de la Sierra frente a las perlas a que tenía derecho por nacimiento.
No le quiero decir adiós para siempre a la que me llenó de ternura en aquella casa de San Jerónimo, a la madre de mi entrañable y herética siempre Mariela. A ella, como a Celia, como a mi madre, le decimos, envueltos siempre en misteriosos conjuros y con la prisa de no equivocarnos demasiado: ¡Hasta la victoria siempre!
Aun así, nunca dejó de ser princesa. Si miramos otra vez aquella imagen con camisa de cuadros, un fusil y una sonrisa, nos arrodillaremos todos palpitantes ante la princesa. Su piel, sus cabellos y su figura espigada recuerdan la azucena llena de olor. Eso es Vilma: una espigada azucena.
Ahí está el material de estudio para aquellos que tratan de acomodar el nacimiento de los líderes en estrecha camiseta manualista: pequeñoburguesa, nacional revolucionaria, etcétera.
Si algo no era la hermosa Vilma, era ser pequeña. Era grande en todo, y sobre todo en su confianza en el futuro.
Hasta que ellos no entiendan los resortes últimos que movilizan el corazón y el pensamiento, los que no tenemos nada que perder seguiremos esta ruta peligrosa de no sabernos identificar frente al capital. Vilma fue de las participantes más fogosas en la clandestinidad. Su nombre se asocia inmediatamente al delicado recuerdo de Frank País. Su entrega en la toma de la ciudad de Santiago el 30 de noviembre fue especial. Lo sé porque me lo dijeron mis padres, que participaron con ella. Los dos me decían: «¡Lucía tan hermosa con el recién estrenado (y bendito) brazalete rojinegro!»
El tiempo siempre nos deja espacio para retomar la historia. Miren no más a tres de esas mujeres fundadoras: Celia, Haydee y Vilma. Las primeras dos se nos fueron en 1980. Cada una a su modo y con la irreverencia de ambas. Celia fue la campesina que supo descubrir la belleza espléndida de la Revolución, sin separarse de Fidel un solo instante, formando parte sustancial de sus reflexiones, ¡incluso las de hoy! A Haydeé le desbordaba la pasión, y, convulsa, supo entregar a los intelectuales y artistas esos caminos de lucha a contramano…
Vilma fue entonces la más serena, fue el alma de la familia cubana.
En momentos difíciles, la Federación de Mujeres Cubanas se dedicó a atender esos espacios que tan sólo la familia sabe tocar: la incipiente prostitución, la conducta social y moral. Forjó una gran familia al lado de aquel «príncipe azul» del Segundo Frente Oriental. Ese mismo que, trémulo, condujo sus cenizas tan sólo con una rosa roja. Ese mismo que hoy atiende casa con tino y oficio, mientras Fidel se nos repone… con una pluma en la mano, pues no deja de escribir.
Entre esas tres mujeres distintas y complementarias se sentó la mujer cubana en el sitio que descubrió más acertado. Vilma fue tal vez la que tuvo mayor cadencia. Miren no más: Celia no tuvo hijos; su labor fue acompañar a Fidel en su labor militante. En este Fidel que reduce a la muerte y sigue, desde una provocadora distancia, acechando nuestra impertinencia por verle… está Celia Sánchez, más que nadie, cuidando incluso sus últimos años. Haydee no conoció a sus escasos nietos y dejó a sus dos hijos plantados en plena adolescencia… por voluntad y conciencia propia. Su misión fue recurrir a la prisa para convertir el arte en arma de combate…; lo logró sin dudas. En este arte contestatario y revolucionario que salpica por todos lados en Cuba y el mundo, está el alma enredada de Yeyé, con su ironía y sus bromas. Vilma murió, sin embargo envuelta de una prodigiosa familia de hijos y nietos jóvenes ya. Representó el corazón de la familia cubana, de los espacios de la mujer, de hacer coincidir la maternidad y la estabilidad familiar con los domingos de trabajo voluntario, de hacer que no fuera incompatible el hogar y la Revolución. También lo logró… con su ejemplo inequívoco por delante.
En aquellos días del llamado período especial, a lo que significo como comunismo de guerra, Vilma estuvo presente ayudando a la mujer cubana a buscar fórmulas para mantener unida a la familia. Lo sé muy bien porque estuve de secretaria de la FMC en mi barrio. Allí diseñamos mil estrategias de resistencia…, dondequiera estaban los señuelos de Vilma.
Mi Revolución está escarchada por esas figuras maravillosas. Vilma es una de ellas…., de aquellas mujeres que tuvieron el privilegio que difícilmente tendremos nosotras: armar un cambio de época con la plenitud de Fidel y del Che. Dudo que vuelva a repetirse, al menos hoy cuando me embargan las lágrimas de lo irremediable. Por último, un agradecimiento a ella, que le hice saber en su momento. Ya estaba enferma y yo le dije, sin darle demasiada importancia, que en una carta mi madre, Haydee Santamaría, deseaba haber sido enterrada en Santa Ifigenia, el cementerio de Santiago de Cuba.
Para quien me conoce un poco, sabe que me son irrelevantes esas cosas… Pero Vilma lo tomó como un asunto personal. Recuerdo estar en su oficina, mientras ella planeaba punto a punto los deseos de mi madre, diseñando personalmente el cartel, contratando cualquier cantidad de girasoles (flor de Haydee) que pudieran cortarse, para hacer el nuevo entierro de Haydée, el verdadero: allí al lado de sus camaradas muertos en el Moncada, allí al lado de su hermano Abel y sobre todo al lado de Martí. Bastó que yo le mencionara la carta y ella hizo suya esa grandiosa obra.
Al principio no la entendí bien. Mas, después de aquel día, no he llorado más los 28 de julio, día del suicidio de mi madre. Eso sí sabía Vilma: arrullar a las niñas como yo…., niñas de cuarenta años. Hoy, cuando lloro porque se fue, no puedo dejar de recordar su sonrisa encendida en la calle San Jerónimo, cuando me contaba las aventuras de mis padres recién casados en la clandestinidad, cuando todo parecía música y color. Creo que ella sabría que yo no lloraría más los 28 de julio. A ella le agradezco esa misión psicoanalista…. de no llorar más ese día.
Por eso no le diremos adiós a la revolucionaria más hermosa de Cuba. Aquella que prefirió una flor de la Sierra frente a las perlas a que tenía derecho por nacimiento.
No le quiero decir adiós para siempre a la que me llenó de ternura en aquella casa de San Jerónimo, a la madre de mi entrañable y herética siempre Mariela. A ella, como a Celia, como a mi madre, le decimos, envueltos siempre en misteriosos conjuros y con la prisa de no equivocarnos demasiado: ¡Hasta la victoria siempre!
CELIA HART
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