jueves, 30 de agosto de 2012
La transición socialista desde la perspectiva del Che
(Bandera Roja)
Comentario de Fernando Martínez Heredia, Las ideas y la batalla del Che, Editorial de Ciencias Sociales-Ruth Casa Editorial, La Habana, 2010.
El rescate de Ernesto Che Guevara es una necesidad imperiosa no solo para Cuba que se encuentra de nuevo en una encrucijada al tratar de aclarar la relación entre la política y la economía. También se presenta como una urgencia para los países periféricos, desde América Latina hasta Oriente próximo, pasando por España, en los que el capitalismo está encontrando importantes resistencias en la movilización social y en donde cada vez resulta más palmaria la imposibilidad del capitalismo si es que se pretende resolver las necesidades sociales y garantizar una vida digna para la humanidad.
Años de dominación asentada en la naturalización de la economía y la cancelación de lo político parecen estar resquebrajándose en los países capitalistas. El modelo no funciona para los pobres ni para la naturaleza, de modo que Cuba, al debatir sobre la «actualización» de su economía, tiene un doble reto hacia el interior pero también hacia el exterior. La recuperación del pensamiento y la práctica política del Che es una de las batallas más importantes y seguramente más fructíferas en el momento actual.
Toda la obra de Fernando Martínez Heredia se inspira, de una u otra forma, en el pensamiento y en la práctica política del Che, y en la situación actual que atraviesa la Isla no existe —creo— ningún autor cuya obra intelectual y compromiso sea más útil para pensar el futuro de la Revolución cubana. En la introducción a la edición de 2010 de Las ideas y la batalla del Che,* el autor dice: «Mi propósito es llamar la atención sobre el provecho que puede sacarse al pensamiento del Che para encarar la situación, los caminos y el futuro de Cuba». También Néstor Kohan, en un reciente artículo, actualiza la propuesta económica del Che para abordar el análisis de la situación actual de Cuba, y afirma que es necesario rescatar en el país el «debate olvidado» que enfrentó al Che con posiciones que defendían un «socialismo mercantil» y apelaban al «uso inteligente de la ley del valor».1
Cuando, históricamente, el capitalismo ha entrado en crisis, ha necesitado aumentar las tasas de explotación y expolio —en las metrópolis, desposeyendo a la clase trabajadora; y en las colonias, actualizando las formas de colonización—, y, en paralelo, ha aumentado la guerra cultural. Desde la caída del socialismo en los países del Este, las arremetidas contra el socialismo, lejos de disminuir, se han acrecentado en la literatura, los filmes, las noticias tendenciosas, todo lo que pudiera contribuir a desprestigiar y eliminar cualquiera de sus logros. La historia es una de las armas más potentes contra el capitalismo, por eso, ante la imposibilidad de arrancarla de cuajo ha sido habitual el vaciamiento de las experiencias revolucionarias, su conversión en fetiches huecos, sin sustancia. La reproducción del capitalismo necesita de la dominación ideológica; solo puede sobrevivir si, además de los cuerpos, controla las conciencias, es decir, si tiene la hegemonía —forma de dominación conceptualizada por Antonio Gramsci—, necesita de la desconexión y la disolución de las experiencias que permitirían salir de la colonización y el subdesarrollo. Por eso, ningún revolucionario puede desprenderse de los recursos teóricos y prácticos que hicieron posible las victorias. Entre ellos, ocupa un lugar fundamental el pensamiento del Che, porque la guerra que libra Cuba sigue siendo la misma que ganó en el año 59 solo que en distintas condiciones.
Este libro de Martínez Heredia es una actualización de materiales que aparecieron en 1989 con el título La concepción del Che que ya entonces recogían el trabajo del autor por más de veinte años y que ahora se ven ordenados y enriquecidos. Hablar de la actualidad del Che treinta o cuarenta y cinco años después no es decir gran cosa si no se fija el eje articulador que coloca su pensamiento en contexto haciendo que ideas y práctica se potencien mutuamente. De ahí que Martínez Heredia emprenda una interpretación que resulta plenamente actual. Un rescate que no pretende ser una guía abstracta, ni colocar a Guevara en el cómodo papel de referente ético ya casi beatificado; se trata más bien de volver a colocarlo en el espacio impertinente en el que el propio Che se situó siempre. Pensamiento y obra que constituyeron un revulsivo para la sociedad cubana en el momento en que se iniciaba la construcción del socialismo, y que ahora actualiza Fernando para plantearse cómo hacer para seguir construyendo una sociedad justa, solidaria y revolucionaria.
En este libro, las ideas del Che aparecen como guía de la «acción organizada» que trata de movilizar todos los medios disponibles para combatir: las relaciones mercantiles, el subdesarrollo y el capitalismo mundial. Los mismos monstruos de entonces acosan nuevamente a Cuba, abocada a «revisar su modelo» y a plantearse otra vez la gran pregunta: ¿cómo se transita hacia el socialismo? En la delgada línea que separa la supervivencia y la construcción del socialismo está la clave que, desde mi punto de vista, nos propone Fernando. Los tres parámetros anteriores constituyen el núcleo alrededor del cual se construye esta obra.
Martínez Heredia habla poco de la vida del Che, de su práctica guerrillera, de sus hazañas; habla poco, en definitiva, del mito. Pero tampoco se afana en reconstruir solo un hombre de pensamiento. Las ideas y la batalla del Che subsana la constante fragmentación desarticulada: por un lado, el hombre de acción; por otro, el de pensamiento. El Che de Fernando es una unidad. Sus conceptos, sus reflexiones, sus propuestas teóricas fueron elaboradas a modo de instrumentos para analizar y proyectar la sociedad futura; y son desarrollados y sometidos a constantes revisiones y desarrollos según evoluciona el proyecto revolucionario. También en el ámbito del pensamiento ha sido habitual esta compartimentación. De una parte, sus aportaciones sobre el papel de la educación, el deber social, la conciencia, la emulación, el trabajo voluntario, el hombre nuevo; de otra, la planificación, el trabajo, la ley del valor, los precios, la economía. Este descuartizamiento no ha sido sino una de las múltiples formas en las que se ha neutralizado la potencia revolucionaria del Che.
Decía Bertrand Russell que el conocimiento es una parte infinitesimal del universo, un elemento sin importancia; sin embargo, señala el epistemólogo Rolando García, para nosotros es la más importante porque
el conocimiento se ha convertido (más de lo que históricamente ha sido) en la base del poder […] Conocer es organizar los datos de la realidad, darles un sentido, lo cual significa construir una lógica, no la lógica de los textos, sino una lógica de la acción, porque organizar es estructurar, es decir, hacer inferencias, establecer relaciones.2
No debería haber otra posibilidad que aproximarse al Che desde esta visión completa y compleja, sin distinguir entre su producción intelectual y su práctica. En la concepción filosófica del Che, Fernando expone lo que considera sus conceptos fundamentales. En ellos, la política tiene un sentido más próximo al pensamiento clásico, se trata de una filosofía práctica; y la economía no se explica por sí misma pues es sobre todo economía política. Hablar de un Che que guía la transición al socialismo es hablar de economía política; de la batalla que dio en ese campo, resistiendo parcialmente los envites del economicismo de la época. Casi parece una premonición del momento actual. El economicismo permea el presente de Cuba con una dramática diferencia, hoy apenas tiene oposición; no hay quien guíe una batalla contra el economicismo que trata de imponerse como un dogma renovado.
El Che se enfrentó al determinismo economicista desde su amplio conocimiento del marxismo y desde un posicionamiento ético profundamente revolucionario: puso al hombre en el centro (p. 71). Esto le permitió ser consecuente y contribuir a armar la revolución cubana blindando en cierto modo sus fisuras economicistas y preparándola, sin saberlo, para sortear la debacle de la caída del bloque soviético. Pero, como señala Fernando, rescatando una intervención del Che en una asamblea de obreros ejemplares: «El socialismo no es una sociedad de beneficencia, no es un régimen utópico, basado en la bondad del hombre como hombre. El socialismo es un régimen al que se llega históricamente» (p. 74). No hay pues que confundir la primacía de la conciencia y la subjetividad tan presentes en las ideas del Che con un humanismo ramplón. Siguiendo al Che afirma el autor:
La conciencia no es —no queda otro remedio que insistir— la antítesis de la economía, ni de la «materia». Para el Che la conciencia es la palanca fundamental, el arma para lograr que las fuerzas productivas y las relaciones de producción sociales dejen de ser medios para perpetuar las dominaciones. (p. 79)
La economía, la gestión y la administración han de estar al servicio de la política y no al contrario.
La categoría económica separada de la política está en la génesis de la dominación racional del sistema capitalista. Tal separación es la que permitirá, a partir del siglo XVII, la objetivación de las relaciones sociales y con la naturaleza —a través del contrato—, haciendo posible, a su vez, anteponer las relaciones de los hombres con las cosas a las de los hombres entre sí. La ideología liberal es la ideología de la neutralidad de la economía; su objetivización, la del equilibrio entre la oferta y la demanda; una ideología que, aparentemente, se desprende de consideraciones morales, se rige por «la mano invisible»; una nueva religión basada en principios teológicos.3 Tras la Segunda guerra mundial, la socialdemocracia pretendió dirigir-gestionar esa mano invisible del mercado para evitar la revolución proletaria; pero la lógica de la acumulación capitalista no tiene límites, es parte de su naturaleza.4 Las crisis de los gobiernos socialdemócratas europeos muestran claramente que es la lógica de la acumulación de capital quien establece las reglas del juego político. La objetivación de la economía, su desgajamiento de los principios éticos, son el inicio del fin de todo proyecto emancipador.
Como alternativa al capitalismo, en el socialismo la economía es, sobre todo, metas y objetivos, o sea, economía política. Lo demás, lo que se nos presenta como economía, no es sino técnicas concretas sacralizadas para, en el mejor de los casos, obviar el debate político; en el peor, garantizar la acumulación. Bajo la piel de la eficacia, la productividad y el crecimiento, se oculta la reproducción del capital cabalgando a lomos de explotación. Fernando referencia dos veces una cita del Che que me parece fundamental: «Impedir que se repita una y otra vez, que se arraigue en nosotros, el error de pretender construir el socialismo tomando prestadas las armas del capitalismo». Dice Fernando:
La economía de la transición socialista tiene un lugar cardinal en la concepción del Che del socialismo y del comunismo, pero no posee un lugar independiente […] Yerran los que piensan que sustituyó el realismo de la economía por el idealismo de la conciencia: Che comprendió la máxima importancia de los hechos económicos en las sociedades y la urgencia ineludible de lograr un desarrollo económico de tipo radicalmente nuevo, socialista. Lo comprendió tanto, y vio tan bien lo que el socialismo se juega en ello, que pensó, argumentó defendió y practicó la tesis de que, para avanzar al socialismo y al comunismo, la economía debe ser gobernada conscientemente. (p. 191)
Más allá de las apariencias y de los relatos casi místicos, también la economía en un sistema capitalista es gobernada conscientemente. El nerviosismo, el pánico, la desconfianza, los ataques de los mercados son en realidad objetivaciones que emplean los grupos de poder, corporaciones y Estados que realizan distintas operaciones financieras. Esta terminología se utiliza para ocultar la toma de decisiones consciente y programada de los agentes económicos y políticos. La famosa mano invisible del liberalismo se inscribe en la construcción del dogma económico de modo que, como dijera Pierre Bourdieu, «mientras la ley es ignorada, el resultado del laissez faire, cómplice de lo probable, aparece como un destino; cuando ella es conocida, este aparece como una violencia».5 Con sus responsables y ejecutores, añadimos.
La política moderna, en el capitalismo, pivota sobre el eje del orden, la racionalidad, el cumplimiento de las máximas económicas: crecimiento, reducción del déficit, equilibrio. El mundo, fuera de ese orden, se nos muestra como un escenario de luchas e irracionalidad; es el campo de lo ético en el que no se puede fundamentar un orden duradero. En el capitalismo, el poder oculto bajo la economía dirige la política. La economía y sus leyes inexorables son la máxima representación de ese orden moderno, ordenado, aparentemente ajeno a cualquier principio moral; es la única representación que se nos devela como incuestionable y aceptable. En estos momentos, el orden político aparece como reflejo de la economía, a su servicio. Es esta —entendida casi como destino— la que define y establece los objetivos de la política en el capitalismo.
Cualquier orden político basado en principios se presenta como caótico, irracional y autoritario. De ahí que se acuse al gobierno de Venezuela o al de Bolivia de autoritarios y que esta haya sido una de las acusaciones más repetidas para el caso de Cuba, mientras que en otros países con economías abiertamente liberales y con sistemas políticos claramente autoritarios no se utilicen estos términos. La reflexión de Fernando Martínez Heredia, al hilo con las ideas económicas del Che, coloca en primer plano el necesario debate sobre economía y política en la Isla.6
Fue Carlos Marx quien dinamitó el constructo ideológico del liberalismo que pretende la neutralidad del intercambio capital-trabajo. Develó el carácter político del hecho económico. Sin duda el Che, ávido lector de Marx, reconoció sin dificultad la potencia revolucionaria de este develamiento. El sueño de la razón de un mundo sin política, regido por la «racionalidad económica», no es sino el sueño del fin de la historia, el Matrix que nos hace desaparecer como humanos, mientras la máquina extrae de nosotros la energía necesaria para seguir funcionando eternamente. Guevara supo ver que la economía no puede ser una ciencia que se impone ni mucho menos una técnica en manos de profesionales.
El socialismo se construye como alternativa solo en la medida en que recompone esta relación rota; se restaura la unidad política-economía y se antepone al hombre por encima de las cosas. En esta reconstrucción resulta imprescindible la «construcción de un hombre nuevo», el hombre político que hará desaparecer al hombre económico. La discusión y el debate incorporan a todo el pueblo cubano, lo que genera el consenso necesario o la legitimidad, para emprender el angosto camino lleno de dificultades, pero en el que el pueblo está implicado tanto en el tipo de medidas adoptadas como en el debate sobre sus posibles consecuencias.
En la transición socialista, individuo y sociedad tampoco son entes autónomos ni antagónicos. Así, democracia y economía, legitimidad y gestión, dibujan el eje de coordenadas de la construcción económica socialista. Decía el Che: «Con las armas melladas del capitalismo no se puede realizar el socialismo». En su última contribución al debate económico, «La planificación socialista», Fernando reconoce el cúmulo de conocimientos en que el Che basa su oposición al «tipo de socialismo que fortalece el mercado, el interés material y el auge de la ley del valor» (p. 221).
El Che entró en el debate sobre la economía política del socialismo porque, en cierto sentido, la Revolución cubana supuso un cuestionamiento a la dirección de los proyectos socialistas —una herejía, dice Fernando—, porque desde el punto de vista político (los sujetos revolucionarios) y socioeconómico (una isla subdesarrollada), ese debate era crucial para la propia viabilidad de la Revolución cubana y para la viabilidad del socialismo. También el pensamiento del Che, fuertemente armado por la práctica, suponía una herejía hasta el punto de que sus métodos fueron acusados de «voluntaristas y administrativos» al mismo tiempo.
En los apartados «Conciencia y plan en la transición socialista» y «La economía socialista debe ser dirigida conscientemente», Fernando deja claro que en el pensamiento económico del Che está la clave de la transición socialista y en la cita que reproduce de una entrevista para L’Express está toda la fuerza con la que luchaba por esta concepción:
El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación […] Si el comunismo descuida los hechos de conciencia puede ser un método de repartición, pero deja de ser una moral revolucionaria. (p. 83)
Para el Che, el Plan —dice Martínez Heredia— es muy diferente a lo que se entendía en ese momento por Dirección centralizada y planificada de la economía (quizá también es diferente a lo que se entiende ahora por economía planificada);
es el producto de la conciencia organizada, que tiene el poder y conoce los límites de la voluntad, los datos de la realidad y las fuerzas que tiene a favor y en contra. Conciencia es también, por consiguiente, la comprensión que los individuos van alcanzando de los hechos económicos y el grado en que los dominan mediante el plan. (p. 82)
Los debates que surgieron en Cuba, en los años 60, sobre la asignación de precios, el trabajo voluntario, los estímulos morales y los económicos, han de ser reformulados ya que, aunque las propuestas del Che fueran en parte derrotadas, en estos momentos existe ya una trayectoria en relación con todos estos temas que permite una evaluación enriquecedora en la nueva coyuntura. No para hacer borrón y cuenta nueva, actitud muy propia del subdesarrollo —y a la que también los españoles somos muy dados—, sino para que la evaluación de lo que fue nutra el futuro.
En este sentido, la crisis que vivió Cuba en los 90, a pesar de su significado en términos de sacrificios, también puede ser leída en cuanto a qué es lo que permitió la supervivencia de una sociedad sometida a un derrumbe económico de tal magnitud. Es probable que en ese análisis aparezca la potencialidad de las propuestas del Che. Fernando lo cita en lo que mejor resume su concepción sobre la relación dialéctica entre el plan y la ley del valor. Por un lado, la acción consciente en la que todo el pueblo está implicado; por otro, la dirección política de la economía:
El plan es al socialismo como la anarquía de la producción es al capitalismo […] La dirección centralizada del plan es importante, aunque es el trabajo de todos […] El plan tiene vigor y tiene vida en el momento en que llega a las masas […] Es decir, el plan también, como una característica de la época socialista, junta a las personas […] Esa es la diferencia entre el cálculo económico que puede hacerse de lo que va pasar en un país, conociendo la cifra, y lo que tiene que pasar en un país cuando se está en revolución […] obra creadora del pueblo […] acción de la voluntad del hombre, sobre las posibilidades o sobre la economía, para transformarla y cambiarle su ritmo. (p. 94)
Fernando afirma categóricamente que la posición del Che es inequívoca: la ley del valor en el socialismo no opera a través del plan. Acabar con la ley del valor, que convierte toda producción en mercancía, incluida la fuerza de trabajo, es requisito fundamental del camino hacia el socialismo. La complejidad de su pensamiento permite a Fernando proponer la necesidad de una reactualización de sus propuestas acompañada de una valoración del sistema que acabó por implementarse en Cuba porque, a su juicio, basándose en informaciones de compañeros del Ministerio de Industrias, el sistema implantado por el Che «era mucho más eficaz para la producción, el control, la agilidad en la gestión, la adecuada descentralización de responsabilidades —y otros aspectos— que el sistema que rigió después» (p. 119). Así, según este autor, el Sistema presupuestario de financiamiento es una herramienta valiosa que ha de ser recuperada en toda su extensión y señala que la mayor fuerza de la revolución socialista cubana reside en la participación popular en la «dirección y el control de todo el proceso»:
La dirección será centralizada, pero el plan tiene que ser obra de todos, o no será […] El plan no es un simple diagnóstico de la economía y una previsión del comportamiento económico en los años venideros. Para eso no es necesario el pueblo. (p. 130).
Si algo ha caracterizado a la Revolución cubana hasta el momento ha sido el consenso sobre los principios de igualdad y justicia social. Estos son la férula imprescindible para guiar el Plan.
Es en otra obra de Martínez Heredia, El ejercicio de pensar, donde encontramos la mejor definición del pensamiento del Che, cuando dice que el pensamiento para ser crítico ha de estar en la frontera, en el borde, entre lo constituido y lo constituyente, incapaz de acomodarse. Un pensamiento en el margen (no marginal), en los bordes. Pero, nos dice, ha de tener un horizonte, un proyecto, una brújula que señale siempre el norte. En este caso, el norte trazado por el Che abarcó todos los planos necesarios, en las condiciones de la Cuba de los años 60 y su inserción internacional para construir el socialismo. Por eso, no descuidó la relación entre la transición socialista cubana y las luchas del mundo; también entre el «modelo cubano» si es que existe, y sus condicionantes externos. Ningún país es una isla. De la inserción de Cuba en el mundo, de su comprensión de la evolución y las lógicas del capitalismo, de su propia historia como país subdesarrollado es de donde se puede extraer las mejores enseñanzas en el diseño del futuro socialista. Tomás Gutiérrez Alea, en Memorias del subdesarrollo, diagnosticó con precisión el significado del subdesarrollo en Cuba: desarticulación, desconexión, desmemoria, incapacidad para acumular conocimientos.
La Revolución cubana deshizo las relaciones mercantiles al priorizar las necesidades sociales sobre los intereses económicos, al tiempo que rompía la ideología liberal que identifica mundo «no mercantilizado» con miseria, y crecimiento económico con bienestar. Los datos objetivos sobre mortalidad infantil, educación, niveles de salud, biodiversidad, calidad de vida, etc. durante estos años han sido el mal ejemplo cubano hacia los países pobres y la constatación de que es posible el desarrollo social y el ético proporcional. Estos son aspectos urgentes que incorporar en la reflexión sobre la transición socialista y la actualización del «modelo económico» cubano.
La Revolución cubana fue, según Fernando, la base de la concepción del Che, pero también este cambió la Revolución cubana que sin él no hubiera sido como la conocemos hoy. El Che la marcó desde su florecimiento en 1959 y, sin duda, marcará el futuro inmediato. Todavía no sabemos de qué manera. Se me ocurre una: en forma de resistencia a las fuerzas que dentro y fuera de la Isla se han ido alejando del proyecto de justicia social que significó la Revolución cubana. El poder revolucionario es popular y estatal y en esas dos dimensiones es en las que el Che pensó y analizó los problemas del socialismo en Cuba, nos dice Fernando.
Las potencialidades del presente se encuentran en el pasado, en el rescate de lo que no fue y pudo llegar a ser. El futuro se construye sobre el pasado. Frente a la probabilidad de un futuro determinado por la necesidad del presente Walter Benjamin propondría uno posible aunque todavía no probable; es decir, la construcción de la posibilidad de un futuro socialista para Cuba solo puede estar en la recuperación de las potencialidades de la historia. Luchar por el pensamiento del Che es luchar por la historia de Cuba, encontrar en ella la redención del presente. La revolución de 1959 recuperó las luchas anteriores de las que extrajo el humus que alimentó las nuevas semillas. En la nueva coyuntura, la transición socialista no puede sino partir de su historia, de las luchas dentro de la Revolución, para construir un futuro cierto. Este ha de reconocerse en el pasado; si no lo hace, corre el riesgo de perderse definitivamente al arriesgar una de las claves de su éxito: la independencia.
El socialismo cubano fue bloqueado desde que dejó claro que el proyecto pasaba por construir una alternativa al capitalismo asegurando la soberanía (independencia nacional) y un sistema basado en la solidaridad. Lo alternativo no es —como pudiera pensarse y como insistía el Che al despreciar las herramientas del capitalismo— una opción más; por el contrario, es lo radicalmente opuesto. La alternativa al capitalismo —según Martínez Heredia— solo es el socialismo. Dentro del capitalismo no puede haber alternativas porque su naturaleza es tan destructiva que los daños que produce son irreversibles. Si estalla una plataforma petrolífera y se derrama petróleo al mar, solo se pueden cuantificar los daños y hacer que alguien «pague la factura», pero los peces y el ecosistema que rodea al desastre habrán muerto. Una de las características esenciales de dicho sistema y que lo distingue de su alternativa socialista es la irreversibilidad de los daños que produce, la explotación hasta el exterminio del hombre convertido en mercancía —fuerza de trabajo—, y la destrucción de la naturaleza convertida en recurso económico. El investigador de la CEPAL Roberto Guimaraes definió de manera contundente el capitalismo como socialmente injusto, ecológicamente depredador y políticamente perverso.7
Si para el Che fue un reto «pensar un tiempo de revolución» en un momento en el que esta tenía lugar, también supuso la fragua de su pensamiento sobre la transición socialista; las fuerzas estaban desatadas, sin duda era un momento complejo y vital. En la actualidad, Cuba no está en tiempo de revolución, pero puede que el testigo esté en otros países. La experiencia y la trayectoria de la Isla será uno de los activos fundamentales para las revoluciones presentes y futuras. Entre ellos, el «modo de ser marxista del Che» que apunta Fernando Martínez Heredia: anticapitalista, antiimperialista y con vocación de entrega. Entonces en Cuba, «las fuerzas productivas fundamentales, las estructuras organizativas, las relaciones sociales decisivas, el Estado, el poder, el consenso y la iniciativa quedaron del lado de la Revolución» (pp. 45-6). En el momento en que el Che escribía, el «mundo político y espiritual» de la nación cubana estaban de parte de la Revolución. ¿Pero, y ahora? ¿Siguen existiendo esas fuerzas revolucionarias incontenibles, esos humildes para los que se hizo y que hicieron la Revolución? ¿De qué lado están las fuerzas políticas y espirituales?
Quiero finalizar con las palabras de Fernando en otro de sus textos: «El socialismo va a emerger otra vez como propuesta para este mundo, y eso lo hará avanzar como promesa y volver a presentarse como política y como profecía». Para ello, «deberá ganarse la conducción de la esperanza», o lo que es lo mismo deberá volver a discutir su teoría y «radicalizar y transformar sus proyectos desde la realidad de los datos favorables y desfavorables del presente». Es perfectamente coherente afirmar que Cuba siempre ha estado en transición y en ese camino hacia el socialismo ha sido capaz de subordinar el poder al proyecto político. Esta subordinación forma parte de la batalla que emprendió el Che y sigue siendo la que hoy se abre, aunque, por desgracia, no existe una figura de la categoría de aquel capaz de poner en la agenda la hoja de ruta cubana. Tendrá que ser la tarea, como dice Martínez Heredia, de una nueva revolución de los humildes, que reactive la voluntad y la fuerza que haga retroceder de nuevo «los límites de lo posible». Cuba tiene que seguir mostrando que puede producir los bienes necesarios para satisfacer las necesidades básicas de su población, que puede, a su vez, definir correctamente cuáles son esos bienes, y que no lo hará a costa de la naturaleza ni de la explotación del hombre.
Las claves para hacerlo pueden ser rescatadas en el pensamiento del Che. En último término, encontramos en él las pautas que podrían hacer que la política revolucionaria tome de nuevo el mando de la economía para realizar lo objetivamente necesario. Nada de esto puede ser una tarea de expertos, ni de economistas, ni de historiadores, ni de sociólogos. El rearme ideológico corre por cuenta de la población cubana en su conjunto y de todos los revolucionarios estén donde estén.
Notas
1. Néstor Kohan, «La “manzana prohibida” del comunismo. Sobre el Sistema Presupuestario de Financiamiento hoy», Rebelión, 14 de marzo de 2011, disponible en www.rebelion.org/noticia.php?id=124197.
2. Véase Rolando García, «Epistemología y teoría del conocimiento», Salud Colectiva, n. 2, Buenos Aires, mayo-agosto de 2006, pp. 114 y 119.
3. Andrés Bilbao, Principios teológicos de la lógica económica, UNAM, México, DF, 1999.
4. Hace tres años escribí sobre este tema, planteando que la separación entre «economía» y política favorecía, en el capitalismo, la dominación, al ocultar las relaciones de poder inscritas en la lógica económica. Véase Ángeles Diez Rodríguez, «Sobre el capitalismo, la economía y los pretextos», Rebelión, 26 de noviembre de 2008, disponible en www.rebelion.org/noticia.php?id=76518.
5. Pierre Bourdieu, Poder, derecho y clases sociales, Descleé de Brower, Bilbao, 2000, p. 10.
6. Entiendo este debate como una necesidad de que se produzca un intercambio ideológico y conceptual que vaya más allá de las disquisiciones de orden técnico, por ejemplo, fijar las medidas concretas para recaudar impuestos, aumentar la productividad, etc. No considero que estos sean debates estrictu sensu pues no abordan la raíz de los problemas, sino aspectos puramente técnicos.
7. Roberto Guimaraes, «El desarrollo sostenible en América Latina», La cooperación internacional y el desarrollo sostenible en América Latina, Sociedad Editorial Síntesis, Madrid, 1993, p. 17.
Ángeles Díez
Revista Temas
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