(ANRed)
En el predio donde se identifica a las víctimas fatales del temporal, que los datos oficiales clausuraron en 51, había movimiento y tensión ayer por la tarde. Ambulancias. Autos. Familiares. Y en la esquina un piquete, porque los barrios de atrás del Cementerio no habían recibido nada: “No queremos pedir sino exigir”, dijeron los que perdieron lo poco que tenían. Por Revista La Pulseada
Por RedAcción - LP
Por Josefina López Mac Kenzie y Laureano Barrera
La reja blanca es la frontera entre la verdad oficial y el sentido común. La custodian dos mujeres y un hombre. Es la entrada a la morgue policial de La Plata, ubicada en 72 y 136. Un punto de secreto y tensión al fondo de una ciudad que se va oreando en la desorganización.
Reja adentro, en el jardín que rodea a la sala de autopsias, hay una hilera de ambulancias y autos, y racimos de personas que hablan bajo o callan. Algunas uniformadas (Policía Científica, médicos, cuidadores municipales) y otras de civil (personal administrativo, funcionarios o familiares). Todas esperan.
—Manejate con lo que te digan en Prensa. Ellos saben. Ellos filtran y te dicen —plantea una empleada administrativa en la puerta de la sala de autopsias. Está nerviosa.
—Hay barrios que no recibieron asistencia ni pudieron ser relevados aún, y rumores de que los muertos son como 90…
—Preguntá en Prensa del Cementerio. Ellos tienen todo. Yo no te dije nada.
—¿Pero hay más muertos o no?
— Yo no te dije nada. Y no sé qué cifras se manejan. Estoy acá. Y vos no podés estar acá.
Un odontólogo involucrado en el reconocimiento de los cuerpos sale a respirar al jardín. Ambo azul, papel con anotaciones, birome y toda la palidez del mundo: “Recién entro a mi turno. Hice 5 en lo que va de la tarde”.
“Hizo” 5.
De la morgue no saldrán más datos. Sólo climas.
—¿Trajiste el DNI? ¿Tenía obra social? —le dice un empleado al familiar de alguien que acaba de ser identificado.
—Trabajo no tenía. Y no tengo su ropa.
—Consigan una cochería que trabaje con Pami.
En la última conferencia de prensa, ayer el gobernador Daniel Scioli clausuró en 51 el número de víctimas fatales, de entre 20 y 96 años, producto del extraordinario temporal que azotó a La Plata. Sin embargo, el hermetismo que blindaba ayer la entrada de la morgue, el hecho de que hay barrios enteros que no recibieron asistencia ni pudieron ser relevados, y la hiperactividad vehicular en el predio, invitan a desconfiar.
La reja se cierra con candado y ya sólo se abrirá para vehículos oficiales y para familiares, que llegan desesperados por datos, después de deambular centros de evacuados, oficinas públicas y medios. Y hacen la pregunta (la contraseña para pasar la reja blanca) aterrados por las respuestas posibles.
—Hola, vengo a buscar a mi mamá, que no la encuentro por ningún lado —él tiene unos 20 años y llegó en moto con una chica. La reja se abre. Entran. Y salen a los 10 minutos. Su mamá es Liliana Canossini y no está en la morgue. Al salir, cuando va a sacar la moto para cruzar la reja blanca, le llega un mensaje de texto con la mejor noticia.
Entra una ambulancia. Sale otra. Entra Policía Científica. Sale un auto con tipos de traje.
—Mi marido… No estoy segura —llora Stella Maris, que el día anterior ya estuvo varias veces en la morgue pero sigue sin su esposo, desaparecido en 44 y 134, y sin información. Un rato más tarde confirmará que su esposo, Hugo Jurado (Juan Rodolfo, según la lista leída en la conferencia de prensa), es uno de los fallecidos.
Hiperactividad y silencio reja adentro.
Leyla, de treintaypico, llega a buscar a su hermano, de 21, que se ahogó por 138 y 526, en Las Quintas. “Le tiraron soga pero no pudo”, cuenta. Ella no estaba. Ahora está abatida pero sin incertidumbre: sabe que el cuerpo está allí. Antes estuvieron los cuñados, lo reconocieron y se fueron a buscar los papeles necesarios para el trámite.
Pero tardan en llegar porque la ciudad está “toda cortada de piquetes de mierda”. Fuegos que mapean burdamente las periferias adonde no llegaron las donaciones ni los subsidios.
Al rato llega a toda velocidad, en un auto blanco, otro hermano del chico de 21 años. En cuero, con tatuajes triperos, desfigurado del llanto. Lo frenan en la reja: “Ponete la remera”. Se cubre, entra y sale sacado, sube al auto y se aleja, acelerador a fondo, gritando, llorando y vivoreando el auto por la avenida 72: “¡Sí, ahí está mi hermano, muerto ahí!”.
—¿Es posible que haya 90 muertos, como se está diciendo extraoficialmente?
—¡Y… sí…! —afirma el guardián de la reja.
—¿Pero entraron todos acá?
Le va a preguntar a una de las guardianas. Lo manda a callar.
Equipos de profesionales del Centro de Protección de los Derechos de la Víctima, del ministerio de Justicia y Seguridad, visitaron también la morgue, uno de los lugares adonde son enviados para ofrecer contención a víctimas y familiares. Algunos de ellos confiaron que “hay barrios enteros donde el Estado nunca apareció”. Un indicio de que la cifra de muertos puede tender a la suba.
La Pulseada no encontró al director del Cementerio, Pablo Mazzola, ayer a la tarde, para consultarle sobre inhumaciones vinculadas a la inundación. Andaba “de operativo, ayudando gente por el barrio, y lo llamaron”, explicaron dos empleados en las oficinas semivacías de la administración.
En tanto, como en las redes sociales los pedidos de paradero oscilaban entre 20 y 100, esta revista se comunicó con la Dirección de Personas Desaparecidas del ministerio de Justicia y Seguridad, cuyo director Alejandro Inchaurregui estaba llamando personalmente a todos lados para esclarecer situaciones, en un caos agravado por el desmadre de las líneas de teléfonos fijos y celulares, aún no resuelto. Inchaurregui se refirió a una situación “muy fluctuante” y dijo que a la mayoría de los casos se los iba localizando con vida: se habían reportado, habían podido volver desde la noche que pasaron en un auto o en un techo, por ejemplo. Scioli actualizó en la conferencia de prensa que por desaparecidos hubo “110 llamados”, de los cuales 106 fueron personas halladas y 4 se reportaron como muertos.
Paula Bravo entra por la reja blanca con su marido, un nene y un bebé. Está angustiada. Salen al rato. Aliviados pero tensos. Alan Franco (18) no está en la morgue. Pero no saben dónde está. Empezaron por ahí porque esperaban lo peor. Ahora, a rastrillar listados y centros de evacuados. Es cierto que no lo veían hacía una semana, porque no les quería dar la dirección de la pensión donde estaba, en Altos de San Lorenzo, porque el barrio “estaba complicado”. Pero no descartan que sea víctima de la inundación. Alan es así: 1,85, 75 kilos, trigueño, pelo castaño oscuro. “Ojos grandes, tipo turco”, agrega el marido de Paula. Y por suerte apareció recién. Volvió solo a lo de su mamá.
También había trascendido ayer que 10 chicos estaban desaparecidos en la zona de 13 y 90. Con la Dirección de Personas Menores Desaparecidas de la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia no fue posible comunicarse durante la tarde de ayer.
Enfrente y al fondo
La diagonal 74, que llega al Cementerio, es por estas horas una recta semioscura y dantesca que conecta la inusualidad del casco urbano desolado con el olvido habitual de los márgenes. Colas en las veredas para comprar en supermercados y almacenes, que temen por saqueos y atienden tras las rejas. Veredas y ramblas tapizadas de basura, escombros, objetos que ahora son basura o chatarra, álbumes de fotos, colchones, sillas y cuadernos secándose. Cartoneros revolviendo la humedad. Carretillas de basura saliendo de las casas.
Sirenas. Helicópteros.
Enfrente de la morgue, Lautaro y unos amigos del barrio frenan autos, piden algo de dinero, les advierten que no se puede avanzar. Los tapó el agua, pero no los espanta. Cuentan que entre ayer y anteayer vieron entrar a la morgue varias ambulancias y una 4 x 4. Ese movimiento tampoco los espanta, ni los atrae tanto como el piquete propiamente dicho, que está un poco más al fondo de la 72, llegando a 137. Lo armaron vecinos que no recibieron ninguna ayuda aún. Y dicen que no se van hasta que no llegue luz, agua, ropa, medicamentos, colchones. Anoche había cortes también en 13 y 606, 7 y 96, 122 y 92, 31 y 526, 80 y 137, entre otros puntos.
—¡Colchones, gatooo! —les gritan los chicos a los camiones camuflados del Ejército, que avanzan por la 72 hacia la línea de cubiertas encendidas.
La llegada del Ejército atrae a las guardianas de la reja blanca, que salen a observar:
—Ahora no actúan… Actuaban en el ’76 y ahora no —se embronca una de ellas, la más severa. No le cierra que dos militares deban descolgarse del camión camuflado y, para avanzar, negociar con piqueteros que exigen igualdad en el reparto de la ayuda en las periferias—. Si los militares no sacan a estos negros…
En el piquete, Aníbal, Martín y un hervidero de mujeres, hombres y chicos en protesta calcula a las apuradas que hubo 15 muertos en la zona. No dan precisiones. No saben. No pueden. No están al tanto de las listas de muertos, desaparecidos o evacuados. No tienen nada. De nada.
—En 72 y 140 pasaban cuerpos hinchados, lo tengo patente —describe Martín, que la pasó feo pero se concentra en el ahora—: No tuvimos respuesta, va todo para Tolosa, necesitamos remedios, subsidios, ropa. Somos gente de trabajo. Y no queremos pedir sino exigir.
—Lo que venga —agrega Aníbal, que tiene un negocio de celulares y una panadería, y perdió todo salvo los equipos que estaban a más de 1 metro y medio de altura.
—Un amigo policía me dijo que hay 150 muertos. Y ésa es la posta. Porque ellos están ahí sacando la gente —agrega otro integrante del piquete.
—¡¿Qué te pasa, negro cabeza?! ¡Negros del orto! —les escupe una trabajadora de la morgue, quizá médica u odontóloga, que recién llega para atravesar la reja blanca.
Dos días después del comienzo del desastre, la morgue es el termómetro de la incertidumbre y del miedo a la verdad. De ambos lados de la reja.
—Esto no es nada… Todavía falta… —suelta cerca de las 20 la guardiana más dura. Hay cinco perros flacos echados en el suelo, del lado de adentro. Parecen tristes. Inofensivos al lado de semejante custodia.
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