(Tribuna de Periodistas)
LOS QUE CALLAN
Históricamente, los regímenes totalitarios han manipulado a los sectores más vulnerables de la sociedad: los jóvenes, y los pobres.
Los primeros son estafados en la pureza de sus idealismos con promesas y discursos simplificadores de la realidad que señalan como enemigos del pueblo a todos los que cuestionan de alguna manera la hegemonía absoluta del régimen, y son convencidos de ser actores de los verdaderos cambios que beneficiarán a la sociedad, canalizando la natural aspiración a la acción, y sumando algunos incentivos materiales y/o sociales inmediatos. Los segundos son comprados literalmente con dádivas que les alcanzan para subsistir y los desalienta para buscar un trabajo genuino (el famoso "si me blanquea pierdo el plan"), se les lava el cerebro con los medios manejados desde el poder, y se les deja en manos del narcotráfico ineficazmente combatido para que las drogas y el alcohol lleguen a convertir a muchos de sus hijos en seres subhumanos.
La cantidad de multimillonarios encaramados en la función pública, que jamás podrán explicar razonablemente sus fortunas, explica las gravísimas falencias del estado en seguridad social (jubilados siempre estafados), obras públicas (inundaciones con numerosas muertes y pérdidas de todo tipo por omisión de obras necesarias), transporte (catástrofe ferroviaria del Once), y un larguísimo etcétera.
Creo que a esta altura de los acontecimientos, todo ciudadano dotado de raciocinio y despojado de fanatismo, ha aprendido que la corrupción es enorme, y que la corrupción mata. Se convierte automáticamente en corrupto el que la acompaña o calla por un beneficio personal.
Se comprende que el pobre pueda tomar la dádiva que necesita, siempre y cuando no entregue su dignidad, y sepa hacerla valer como corresponde a la hora de votar. Los jóvenes por su lado, deben comprender antes que sea más tarde aun, que han sido engañados y manipulados por intereses que no los representan.
Santiago Floresa
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