sábado, 18 de mayo de 2013
Golpe en el infierno
(Bandera Roja)
Murió Jorge Rafael Videla y escapó así de su infierno. Del infierno de saberse preso, condenado y repudiado. El dictador, principal brazo ejecutor del terrorismo de Estado en todo el país entre 1976 y 1983, murió a los 87 años en la cárcel de Marcos Paz de muerte natural, a diferencia –como se ha dicho hasta el cansancio, pero no por eso deja de ser cierto– de las miles de víctimas, en su mayoría jóvenes, que ordenó secuestrar, torturar, asesinar y tirar al mar para ocultar sus cuerpos.
La muerte
Estaba preso en el pabellón 6 del módulo IV de Marcos Paz. El jueves lo revisó un médico y lo encontró bien, teniendo en cuenta las dolencias que tenía, propias de una persona mayor. Hipercolesterolemia, hipertensión, arritmia y cáncer de próstata eran algunas de las cuestiones por las que era atendido regularmente en la cárcel. A las 6.40 de la mañana de ayer los agentes encargados realizaron una recorrida por el lugar y reportaron que no había novedades. A las ocho, en el recuento general, el celador miró por la ventana de la celda y vio a Videla en el inodoro. Quince minutos después, el hombre volvió a pasar y como el represor no respondía al llamado solicitó la presencia de un médico. Cuando llegó, el profesional verificó que no tenía signos vitales e hizo un electrocardiograma que confirmó la muerte. Por la tarde se practicó la autopsia que ordenó el juez federal de Morón Juan Pablo Salas, a quien la familia sondeó para saber si el genocida podía ser cremado, cosa que no fue autorizada al menos hasta que estén los resultados de los estudios toxicológicos, lo que ocurrirá en tres semanas. El juez devolvió a la familia la ropa y los efectos personales del dictador, pero preservó la documentación.
Vida y obra
Videla nació en Mercedes el 2 de agosto de 1925 y fue bautizado con el nombre de sus hermanos mellizos muertos Jorge y Rafael. Hijo de un militar conservador, en 1943 entró en el Colegio Militar de la Nación, de donde egresó con el sexto lugar de su promoción, de la que también formaron parte los represores Roberto Viola y Carlos Guillermo Suárez Mason. En 1948 se casó con Alicia Raquel Hartridge, con quien tuvo siete hijos. El tercero, Alejandro, sufría de oligofrenia y epilepsia y fue internado en la Colonia Montes de Oca, donde murió antes del golpe de Estado. El 27 de agosto de 1975 fue designado comandante en jefe del Ejército.
El 24 de marzo de 1976 a la una de la mañana la asonada encabezada por Videla por el Ejército, Emilio Eduardo Massera por la Armada y Orlando Agosti por la Fuerza Aérea derrocó a la debilitada presidenta María Estela Martínez de Perón. Las Fuerzas Armadas tomaron el poder y pusieron en práctica un plan para asesinar a militantes políticos, gremialistas, estudiantes y todo aquel que fuera necesario para impartir el terror en la población e imponer el modelo económico que reclamaba el establishment y que diseñó José Alfredo Martínez de Hoz. Para eso, con la Doctrina de Seguridad Nacional norteamericana y la Escuela Francesa de la guerra de Argelia como sostén y el apoyo espiritual de la Iglesia, se montaron centros clandestinos de detención, tortura y exterminio y se decidió ocultar los cuerpos de las víctimas.
“La existencia de los campos de concentración-exterminio se debe comprender como una acción institucional, no como una aberración producto de un puñado de mentes enfermas o de hombres monstruosos; no se trató de excesos ni de actos individuales sino de una política represiva perfectamente estructurada y nombrada por el Estado mismo”, explica Pilar Calveiro, en Poder y Desaparición. “Los campos concebidos como depósitos de cuerpos dóciles que esperan la muerte fueron posibles por la diseminación del terror (...) Un terror que se ejercía sobre toda la sociedad, un terror que se había adueñado de los hombres desde antes de su captura y que se había inscrito en sus cuerpos por medio de la tortura y el arrasamiento de su individualidad”, dice Calveiro.
Anticomunista, antiperonista, Videla trabajó su imagen de “profesional, austero y buen católico” en oposición a su colega de la Marina, Emilio Eduardo Massera, que era el político y farandulero. Pero la imagen más recordada del dictador es, tal vez, la de la conferencia de prensa que dio en 1979 en la que, gesticulando con sus manos levantadas explicaba: “Frente al desaparecido en tanto está como tal, es una incógnita el desaparecido. Si el hombre apareciera tendría una tratamiento x, si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento tiene un tratamiento z, pero mientras sea desaparecido no puede tener un tratamiento especial: es un desaparecido, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido. Frente a eso no podemos hacer nada”. El año pasado, él mismo reconoció ante la Justicia que “la figura del desaparecido era una figura ‘cómoda’, entre comillas, porque no impactaba en la sociedad (...) Se puede discutir el procedimiento aplicado en ese momento a personas desaparecidas, que no era el impacto de un fusilamiento público porque la sociedad no lo iba a tolerar”.
Tribunales
En 1985, en el Juicio a las Juntas, Videla fue condenado a prisión perpetua por 66 homicidios doblemente calificados, cuatro torturas seguidas de muerte, 93 tormentos, 306 privaciones ilegales de la libertad y 26 robos. Estuvo preso hasta 1990, cuando a través de dos decretos, el entonces presidente Carlos Menem lo indultó. Le “perdonó” la condena y lo liberó de otras causas que aún estaban en trámite. Vivió tranquilo como un buen vecino del barrio de Belgrano que iba a misa todos los domingos hasta que la confesión del ex marino Adolfo Scilingo hizo insoportable seguir escondiendo la basura bajo la alfombra. Comenzaron así los juicios en el exterior y finalmente se reactivaron algunos en la Argentina.
El 9 de junio de 1998 Videla volvió a prisión, acusado de ser responsable de apropiación de niños, hijos de desaparecidos. Esa mañana, el juez federal Roberto Marquevich había interrogado al médico militar Julio César Cassero-tto, quien se había desempeñado desde principio de 1977 como jefe del Servicio de Obstetricia del Hospital militar de Campo de Mayo, donde funcionó una maternidad clandestina de la dictadura. Casserotto explicó que el hospital dependía en última instancia del comandante en jefe del Ejército.
A las seis de la tarde el jefe de la Delegación San Isidro de la Policía Federal tocó el timbre del 5º A de Cabildo 639. El dictador abrió la puerta y el comisario le informó que el juez había ordenado su detención. Cuando el policía se enteró de que tenía que ir a cumplir con esa medida, había extendido sus brazos y preguntado: “¿Esto hay que hacerlo?”.
Videla estuvo 38 días en la Cárcel de Caseros, después se fue a su casa con el beneficio del arresto domiciliario hasta 2008, cuando fue llevado a Campo de Mayo. Murió en el penal de Marcos Paz, donde iba a la misa que oficiaba el cura condenado Christian Von Wernich.
Después de la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida y los indultos se abrieron en todo el país decenas de procesos contra el dictador. El 22 de diciembre de 2010 fue condenado a perpetua por los crímenes cometidos en la Unidad Penitenciaria 1 de Córdoba, entre ellos, el asesinato de 31 presos políticos. En julio del año pasado recibió 50 años por su responsabilidad en la sustracción, retención y ocultamiento de menores, hijos de desaparecidos, aquellos delitos por los que había vuelto a prisión catorce años antes. Sin embargo, la única condena confirmada por la Corte Suprema es la de 1985. Su última aparición pública fue esta misma semana, al negarse a declarar en el juicio en el que se investigan los delitos del Plan Cóndor, la acción de coordinación represiva entre las dictaduras del Cono Sur.
La historia
En el prólogo de El Dictador, María Seoane y Vicente Muleiro señalan que Videla aceptó entrevistas porque el silencio que se había impuesto era “insoportable para su profundo y escondido deseo de seguir modelando la historia”. Seguramente por las mismas razones habló con Ceferino Reato para Disposición Final –que se convirtió en su testamento político– y quiso ser reporteado por la revista española Cambio 16, donde hizo la mejor propaganda para el Gobierno, al asegurar que su peor momento llegó “con los Kirchner” y hasta llamó a tomar las armas para derrocar a Cristina Kirchner, o como él dijo, “en defensa de las instituciones básicas de la República”.
Videla no será enterrado con honores porque fue destituido del Ejército y porque en 2009 la ministra Nilda Garré dispuso que los militares involucrados en delitos de lesa humanidad fueran excluidos de los discursos oficiales y fanfarrias. Pero su muerte tampoco fue festejada. Es que, como dijo ayer el nieto recuperado Manuel Gonçalves, “lo importante no es su muerte, sino lo que hizo con su vida”. Y la vida de Videla remite a muchas otras muertes. “Se fue un ser despreciable. Nunca se arrepintió”, aseguró Estela Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. No había tristeza por Videla, pero sí por la información que se murió con él: los datos sobre el destino de los desaparecidos y los niños, hoy jóvenes treinteañeros, que fueron apropiados y no conocen su identidad.
No hubo grandes emociones ante su muerte, sí una ola de repudio por lo que hizo en vida. El rechazo unánime a su figura contrasta con los buenos augurios que recibió cuando aceptó prestar sus servicios para “salvar a la Patria”. Es el reflejo de la gran tarea realizada por Madres, Abuelas y otros organismos de derechos humanos en estos 37 años. Y supone la esperanza de un Nunca Más ante la posible existencia de otros que se acerquen a los valores que él encarnó.
Victoria Ginzberg
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