Ellos vinieron, nos encubrieron;
aquí encontraron dioses que danzan.
Porque hasta el día de hoy los pueblos son felices. Cosechan los frutos que les da la tierra. Adoran al sol que les brinda calor. Costruyen ciudades que desafían las alturas. Mañana llegará el invasor, que por ahora no es más que tres manchas aproximándose desde el este, a través del interminable océano. Así que sigan cantando y danzando; sean felices. Mañana, mañana será otro día.
Qué pensás, Reina Isabel, de la papa y del cacao,
de esos indios en bolas y del pico del tucán.
Porque el invasor no sólo les traerá acero y muerte, fuego y dolor, a cambio de oro y plata; también se llevará los frutos de la tierra, su sabor, su aroma y sus colores. Los llamarán incivilizados y dirán traerles la civilización. Una civilización que cree que una pepa de dorado metal vale más que la vida de miles de ustedes. Una civilización que creerá que a cambio de todos los frutos de vuestra tierra recibirán espejitos de colores. Una civilización que se mantendrá ignorante por más de 500 años.
Y nos dijeron: “Cerrá los ojos,
dame la tierra, tomá la biblia.”
Porque junto con la civilización, el invasor traerá la “verdadera religión”; la religión del dios único. La religión que verá con malos ojos cualquier demostración de felicidad, de afecto… de amor. Y bajo su estandarte, símbolo del amor y del sacrificio por el prójimo, sacrificará a miles de ustedes, quemándolos en la hoguera, por hacer lo que ellos promulgan y no se atreven a hacer. Así que hoy canten y dancen, hermanos, adoren a vuestros dioses. Mañana llega el invasor, y ya nada será igual.
Qué pensás, Reina Isabel, de tu historia de papel.
Tu museo no huele bien; hoguera quema libro y piel.
Canten y dancen, hoy que todavía pueden, porque el invasor no sólo quemará a vuestros hijos, sino que toda su cultura e historia también. Quemará sus tradiciones, sus fiestas, su arte… sus colores. Así que vistánse de fiesta, usen sus mejores ropas y adornos, llenénse de colores y de vida. A partir de mañana la tierra se tornará gris.
Patriotas importados, nativos sin oreja.
La muerte grita ¡Tierra! Y el canto ¡Chacarera!
Y nos dijeron: “Tiempo es dinero
y en esta tierra sos extranjero.”
Y una vez aniquilados vuestros dioses, enterrada vuestra memoria, incediadas vuestra cultura y tradición, el invasor les impondrá sus propias costumbres. Los vestirá a sus usanzas, los bautizará bajo su religión y les cambiarán los nombres a vuestros ríos y montañas, árboles y animales, a las ciudades y a vuestros hijos, y los llamarán con nombres extraños a las lenguas que aquí se hablan. Y ustedes, hijos e hijas de los pueblos originarios, pasarán a ser extranjeros y extraños en la tierra que los vio nacer.
Pero no se preocupen; mañana llega el invasor. Hoy aún hay tiempo de celebrar y de ser felices. Que sus cantos y risas se escuchen fuerte y alto. Que el sonido de la tierra trascienda las fronteras del tiempo y el espacio. Estoy escribiendo esto más de 500 años después y puedo escucharlos.
La historia escrita por vencedores,
no pudo hacer callar a los tambores.
Porque hasta el día de hoy los pueblos son felices. Cosechan los frutos que les da la tierra. Adoran al sol que les brinda calor. Costruyen ciudades que desafían las alturas. Mañana llegará el invasor, que por ahora no es más que tres manchas aproximándose desde el este, a través del interminable océano. Así que sigan cantando y danzando; sean felices. Mañana, mañana será otro día.
Qué pensás, Reina Isabel, de la papa y del cacao,
de esos indios en bolas y del pico del tucán.
Porque el invasor no sólo les traerá acero y muerte, fuego y dolor, a cambio de oro y plata; también se llevará los frutos de la tierra, su sabor, su aroma y sus colores. Los llamarán incivilizados y dirán traerles la civilización. Una civilización que cree que una pepa de dorado metal vale más que la vida de miles de ustedes. Una civilización que creerá que a cambio de todos los frutos de vuestra tierra recibirán espejitos de colores. Una civilización que se mantendrá ignorante por más de 500 años.
Y nos dijeron: “Cerrá los ojos,
dame la tierra, tomá la biblia.”
Porque junto con la civilización, el invasor traerá la “verdadera religión”; la religión del dios único. La religión que verá con malos ojos cualquier demostración de felicidad, de afecto… de amor. Y bajo su estandarte, símbolo del amor y del sacrificio por el prójimo, sacrificará a miles de ustedes, quemándolos en la hoguera, por hacer lo que ellos promulgan y no se atreven a hacer. Así que hoy canten y dancen, hermanos, adoren a vuestros dioses. Mañana llega el invasor, y ya nada será igual.
Qué pensás, Reina Isabel, de tu historia de papel.
Tu museo no huele bien; hoguera quema libro y piel.
Canten y dancen, hoy que todavía pueden, porque el invasor no sólo quemará a vuestros hijos, sino que toda su cultura e historia también. Quemará sus tradiciones, sus fiestas, su arte… sus colores. Así que vistánse de fiesta, usen sus mejores ropas y adornos, llenénse de colores y de vida. A partir de mañana la tierra se tornará gris.
Patriotas importados, nativos sin oreja.
La muerte grita ¡Tierra! Y el canto ¡Chacarera!
Y nos dijeron: “Tiempo es dinero
y en esta tierra sos extranjero.”
Y una vez aniquilados vuestros dioses, enterrada vuestra memoria, incediadas vuestra cultura y tradición, el invasor les impondrá sus propias costumbres. Los vestirá a sus usanzas, los bautizará bajo su religión y les cambiarán los nombres a vuestros ríos y montañas, árboles y animales, a las ciudades y a vuestros hijos, y los llamarán con nombres extraños a las lenguas que aquí se hablan. Y ustedes, hijos e hijas de los pueblos originarios, pasarán a ser extranjeros y extraños en la tierra que los vio nacer.
Pero no se preocupen; mañana llega el invasor. Hoy aún hay tiempo de celebrar y de ser felices. Que sus cantos y risas se escuchen fuerte y alto. Que el sonido de la tierra trascienda las fronteras del tiempo y el espacio. Estoy escribiendo esto más de 500 años después y puedo escucharlos.
La historia escrita por vencedores,
no pudo hacer callar a los tambores.
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