miércoles, 26 de octubre de 2011

La Clase Obrera como Sujeto de la Revolución


(Colectivo Avanzar)
En el camino de contribuir en lo posible a la recuperación y recreación del pensamiento marxista, es imprescindible recordar que Lenin destacó repetidamente dos aspectos fundamentales de la lucha por una correlación de fuerzas favorable, en el camino hacia el objetivo de transformaciones revolucionarias:
1)    La unidad de la clase obrera, sin lo cual será muy difícil transitar dicho rumbo con posibilidades de éxito. En países como el nuestro, con  importantes índices de desempleo, incluyendo la precarización laboral, debemos plantearnos la unidad de los trabajadores ocupados y desocupados.
2)    Teniendo en cuenta la envergadura del enemigo, la clase obrera por si sola no puede triunfar. Por lo tanto necesita el apoyo de todos los sectores sociales explotados y oprimidos de una sociedad dada, a través de aquellas organizaciones que los representen;  Por ejemplo, hoy día, las organizaciones políticas, sociales, sindicales, estudiantiles, campesinado pobre, de derechos humanos, de pueblos originarios, medioambientales, de género, etc.
Definió así este gran pensador revolucionario, en su momento y con toda claridad, el sujeto de la revolución y la política de alianzas necesaria. Esto último se refiere a la construcción del bloque histórico, del que luego nos hablará Antonio Gramsci, ubicando el problema en la situación de un capitalismo y un Estado mas avanzado, como el de Italia y del resto de Europa y el mundo.
Pero hay también que considerar que la burguesía ha formado su propio bloque histórico, a fin de mantener y consolidar su hegemonía sobre la sociedad. En consecuencia, el proceso de la lucha revolucionaria tiene dos caras: 
a)     Derrotar ideológica y políticamente al bloque de fuerzas de la burguesía, además de las desviaciones socialdemócratas, o llamadas también de “centroizquierda”.
b)    Creación de una nueva confluencias de fuerzas antisistema, haciendo centro en la clase obrera y sus organizaciones.
La hegemonía de la clase obrera es el eslabón central en esta contienda unitaria por una favorable correlación de fuerzas y por el logro del objetivo final del socialismo, y junto con ello, el papel esencial de la organización revolucionaria, como representante de los intereses cardinales de la clase.
Todos estos conceptos, en nuestra opinión, son de una gran ayuda porque nos demarca en la actualidad las tareas fundamentales a emprender en nuestro país, por supuesto creativamente, sin fotocopias, de acuerdo a nuestras particularidades: construir una auténtica y sólida organización revolucionaria, con amplio apoyo de masas, en especial entre los trabajadores, y  la batalla por la unidad prioritaria de la izquierda y los honestos luchadores antiimperialistas y anticapitalistas.
Sintetizando: desarrollo de una organización revolucionaria,  a la vez de un bloque obrero y popular, en el intento de construcción de un nuevo poder (dualidad de poderes), para así destruir y reemplazar al Estado burgués por un nuevo tipo de Estado, la Democracia Proletaria, a imagen de la Comuna de París como solía indicar Lenin.
Esta referencia a la Comuna no era casualidad, sino es considerar que en definitiva la revolución la hacen los pueblos, lo cual requiere garantizar la constante participación y protagonismo de fuertes organizaciones populares de base, cimientos del nuevo poder como los soviets en la URSS, los CDR en Cuba, y actualmente hay que seguir observando la rica experiencia del pueblo venezolano, a través de las llamadas  Comunas Socialistas. Demás está decir que todo este proceso debe ir acompañado por una formidable labor ideológica cultural, porque, como sostenía el Che, el gran motor es la conciencia.
Además, la constitución de este bloque popular permitirá generar hechos de tal dimensión social y política que nos colocaría a la cabeza de la iniciativa histórica y no ir a la cola de los acontecimientos, donde el gobierno de turno nos marca la agenda. Un innegable muestrario fueron las recientes elecciones “primarias”, donde la izquierda nuevamente muy dividida desempeñó un  papel marginal, convirtiéndose sólo en coro de fondo del triunfo de los partidos burgueses y no luchando desde un primer  momento promoviendo una movilización general, lo más amplia posible,  de repudio a la ley  de partidos políticos, proscriptiva y antidemocrática, y no confiando solo en la justicia burguesa. Desde ya que con una mentalidad  cortoplacista, sin perspectiva de futuro, son capaces algunos de ellos de festejar con bombos y platillos el haber superado esta vez el límite exigido del 1,5%, o  llegar a alcanzar en las elecciones  de octubre próximo la gloria de meter algún candidato. Será difícil que reconozcan que estas maravillosas conquistas ya se lograron varias veces en el pasado y por cierto no significaron mucho en el avance hacia el objetivo transformador de fondo, porque no formaron parte de una táctica acumulativa de un proyecto unificador y de construcción de poder. Como siempre, hay que diferenciar a las cúpulas de dichos partidos de sus militantes de base, con los que nos hemos encontrado y nos seguiremos encontrando codo a codo en las luchas de nuestro pueblo.
Por otra parte, hay quienes dicen que todo esto ya no es así, que la visión leninista es cosa del pasado, por cuanto la clase obrera está en vías de desaparición o en extrema reducción, y quienes seguimos sosteniendo lo contrario, aunque pensamos  que hay que ver, como nos enseña el método dialéctico, a la sociedad en permanente movimiento y cambio, no estática e inmutable. Es decir, para no caer en esquemas dogmáticos, analizar cómo se ha modificado la estructura interna de la clase obrera, en especial a tono con la revolución científico-tecnológica producida desde fines de la segunda guerra mundial,  teniendo muy en cuenta el concepto de “obrero total”, genial anticipación de Marx, como todo aquel trabajador que contribuye de alguna manera a la producción y realización de plusvalía.
Todas estas cuestiones son de suma importancia, puesto que Lenin en “Reformismo y Socialdemocracia” vincula directamente la misión histórica de la clase obrera con la hegemonía:
“El proletariado, como la única clase revolucionaria hasta el fin en la sociedad contemporánea, debe ser el dirigente, mantener la hegemonía en la lucha de todo el pueblo por la revolución democrática completa, en la lucha de todos los trabajadores y explotados contra los opresores y explotadores. El proletariado es revolucionario sólo en tanto que tenga conciencia de esta idea de hegemonía y la realice.”
En vísperas de la Revolución de Octubre y en el medio de serias discusiones, examinó aún más a fondo el carácter hegemónico de la clase obrera, considerando que hegemonía y política de alianzas son categorías inseparables, saliendo así al paso a todo obrerismo simplista y a todo sectarismo soberbio y estrecho, pseudo-izquierdista, muy cercano al anarquismo. Como ya lo hemos planteado en trabajos anteriores, entendemos que en la época actual ser auténticamente clasista es ser unitario. Esta es, entre otras, la invalorable enseñanza que nos dejó la Revolución Cubana.
Asimismo, en el artículo “Balance de la discusión sobre la autodeterminación”, refiriéndose a otras realidades, expresa: “La revolución socialista en Europa no puede ser otra cosa que la explosión de una lucha de masas de todos y cada uno de los oprimidos y descontentos. En ella participarán inevitablemente parte de la pequeña burguesía y de los obreros más atrasados – sin esta participación no es posible una lucha de masas, no es posible ninguna revolución – que aportaran al movimiento, también de modo inevitable, sus prejuicios, sus fantasías reaccionarias, sus debilidades y errores.”
Se deduce así que por supuesto, la hegemonía no se adjudica por decreto. Se gana en la lucha, con coherencia ideológica, política y práctica. En sus “Tesis sobre las tareas fundamentales del II Congreso de la InternacionalComunista”, Lenin señaló las tareas principales a realizar:
“… Atraer y llevar tras la vanguardia revolucionaria del proletariado, no solo a todo el proletariado o a la inmensa y aplastante mayoría del mismo, sino a todas las masas de trabajadores y explotados por el Capital. Todos los partidos adheridos a la III Internacional deben poner en práctica, cueste lo que cueste, las siguientes consignas: ¡Calar más hondo entre las masas! ¡Establecer lazos más estrechos con las masas!”
Por tal razón, en una interrelación constante entre la teoría y la práctica, las organizaciones y los militantes de un partido que se considere revolucionario, deben estar vinculados permanentemente a las luchas de su pueblo, entendiendo que estudiamos, que nos capacitamos políticamente para pelear mejor y no como divertimiento pseudo-intelectual.
A esta altura es ineludible volver a Gramsci, que también le dio un lugar central al problema de la hegemonía, siempre en correlación con Lenin, a quien admiraba, y apuntando a un mayor desarrollo de este concepto, bebiendo  de la rica experiencia de las luchas de su pueblo.
Según este pensador, el proletariado puede devenir en clase dirigente y dominante, en la medida que logre crear un sistema de alianzas de clase que le permita movilizar a la mayoría de la población contra el Capital y el Estado burgués.
Complementando a los clásicos, para Gramsci la hegemonía consta entonces de dos elementos: el de dominio y el de dirección. La hegemonía, en el sentido de la dirección de las fuerzas aliadas del proletariado, no se apoya en el dominio, sino que exige coincidencia de intereses y objetivos.
En su constante rechazo a la idea oportunista, reformista, de la conciliación de clases, explica en forma muy precisa  los mencionados  conceptos, en sus conocidos “Cuadernos de la cárcel”: “Un grupo social es dominante sobre grupos enemigos, los que él mismo intenta “liquidar” (como clase), o someter por la fuerza armada, y es dirigente respecto a grupos afines o aliados”.
Insiste siempre que la clase obrera debe apuntar a ser dirigente antes de conquistar el poder (incluso es una de las condiciones fundamentales para tomar el poder), pero también debe serlo luego de asumir el mismo. Recomienda una y otra vez no olvidar ni por un instante que la dictadura se ejerce contra las clases enemigas, contra los explotadores, y la hegemonía (el consenso, el convencimiento), hacia los aliados. Por lo tanto, la dirección se basa en la labor ideológica, política y moral, o ética como diría el Che. 
En definitiva, se trata de elaborar una nueva cultura de liberación y plena realización humana, un nuevo humanismo, por cierto, con mucho respeto por la pluralidad cultural.
Por último, es muy necesario reafirmar, ante tanta confusión o actitudes “non santas”, que la organización político, revolucionaria,  se desarrolle como se desarrolle de acuerdo a las especificidades de cada país, es la forma suprema y mas importante de la organización  de la clase obrera. Es aquella parte de la clase que contribuye decididamente a liberar al conjunto de la misma, batallando  por su plena participación, de las ataduras político-ideológicas del sistema burgués, para lograr así su histórico papel clasista independiente a los efectos de transformar de raíz la sociedad, a través del salto cualitativo de clase en sí en clase para sí. De esta manera, se va abriendo el paso de la lucha económica, espontánea, defensiva, a la lucha de ofensiva, político revolucionaria.
En resumen, es la organización política del Trabajo, para luchar contra la organización política del Capital, a nivel nacional e internacional (Internacionalismo proletario).  Promover a la clase obrera hacia esta lucha contra el sistema, sin ideología y sin organización propia, capaz de batallar en todo terreno, es llevarla al fracaso y a un suicidio político. Tener siempre en mente que no hay revolución sin revolucionarios, y no hay revolucionarios sin ideas revolucionarias.
Es conveniente destacar también que ninguna clase pudo y puede realizar cambios radicales en un país, sino asume en sus manos las palancas fundamentales del mismo, económicas, políticas, militares y culturales, para lo cual es imprescindible tener el poder, ya que es imposible efectivizar semejantes transformaciones desde el llano. Por eso, las usinas ideológicas del sistema, incluso algunos intelectuales muy bien rentados,  ponen el acento en negar dicha necesidad o en diluir el objetivo, con el argumento que el poder está en todos lados, dejando hábilmente a entender que no está en ningún lado, ocultando así el carácter de clase del Estado.
De todo ello deviene que una de las principales formas de medir la eficacia y correcta orientación política de una organización que pretende ser revolucionaria, es cómo trabaja concreta y constantemente, bajo las circunstancias más difíciles y complicadas, incluido un proceso electoral, por la unidad de la izquierda y todas las organizaciones sociales en lucha que apunten de una u otra manera sus cañones contra el régimen y la dominación imperialista.
Corresponde también tener muy presente que tampoco se puede caer en esquemas cerrados, partiendo de que si  ya desde un comienzo no se da la hegemonía de la clase obrera, no se puede dar ningún tipo de alianzas, ningún movimiento unitario. La lucha por la hegemonía proletaria es todo un sinuoso camino a recorrer, con marchas y contramarchas, jalonado por acciones unitarias temporales o coyunturales por objetivos inmediatos, que van educando a los pueblos para el paso de la unidad en la acción a la unidad programática por objetivos superiores que hacen a la liberación nacional y social de nuestro país, en un proceso ininterrumpido, permanente, donde toda  revolución que se queda a mitad de camino termina por ser derrotada.
Sólo así, con una firme organización revolucionaria, en estrecho vínculo con las masas, con una intensa e inclaudicable “batalla de ideas”,  y la construcción de un fuerte poder  de los trabajadores y demás sectores populares, puede convertirse la clase obrera  en el sujeto político de la revolución y de la edificación del socialismo.

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