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viernes, 15 de febrero de 2013
FERNANDO MARTINEZ HEREDIA
UNO DE LOS MAS GRANDES PENSADORES DE NUESTRA EPOCA, MARXISTA Y GUEVARISTA
Por Kaloian Santos Cabrera
El ganador del Premio Nacional de Ciencias Sociales de Cuba y una de las voces más autorizadas del pensamiento latinoamericano contemporáneo, se prestó a un diálogo exclusivo sobre el presente cubano y otras cuestiones medulares de la isla.
Desde hace medio siglo, Fernando Martínez Heredia (1939), Premio Nacional de Ciencias Sociales, desanda por las más disímiles problemáticas sociohistóricas de Cuba y América latina.
Autor de una decena de libros y de más de 200 ensayos y artículos publicados, es considerado una voz emblemática del pensamiento latinoamericano. Pero no sólo lo definen sus aportes investigativos sino que, además, es admirado por su actitud militante y su coherencia intelectual.
Martínez Heredia, marxista y guevarista, defensor de la Revolución cubana y, a su vez, uno de sus más lúcidos críticos, compartió con Miradas al Sur algunas reflexiones sobre su vida, sus luchas y el presente de Cuba.
–¿Cómo se convirtió en marxista o, mejor, cuándo se dio cuenta de que debía serlo?
–Fue un verano sofocante, tres meses después del ataque a Playa Girón, cuando me di cuenta que no me iba a bastar con ser un revolucionario cubano socialista, porque los hechos, las pasiones, los desgarramientos y las disyuntivas tremendas exigían elaborar buenas preguntas y poseer instrumentos de pensamiento. Fue ahí que descubrí que era indispensable pensar y crear. Pronto me entusiasmó, pero enseguida me mostró sus complicaciones: había más de una perspectiva marxista. La necesidad de ser guevarista vino varios años después, cuando mi país se había visto obligado a recortar su proyecto, el más ambicioso proyecto de liberación que conocí, y arriar provisionalmente la bandera de la herejía. En 1967, Fidel y el Che, siempre tan juntos, dijeron cosas para mí muy importantes, con dos días de diferencia. El día 8, el Che, martirizado por el asma y con la guerrilla en una situación muy difícil, le dijo a sus compañeros: “Este tipo de lucha nos da la posibilidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto de la especie humana”. El 10, Fidel dijo en la Conferencia de OLAS que era inevitable que dentro de la revolución existieran ideas más revolucionarias e ideas menos revolucionarias. En los ’70, ser guevarista era una manera eficaz de asumir aquella actitud y aquellas ideas que ellos habían planteado, y era una nueva forma que podía tener el Che de ayudar a Fidel. Porque, además del ejemplo, de ahora en adelante el aporte mayor del Che era su pensamiento, un arma formidable que sigue siéndolo ante los problemas de hoy del futuro. En el páramo de los primeros ’90, regresó la imagen del Che, porque había una necesidad desesperada de no entregarse a los cerdos y de que se pudiera al menos hablar con respeto de ideales. Hoy, la situación en América latina ha cambiado bastante en sentido favorable, y tanto estudiosos como activistas, movimientos y líderes sociales y políticos se interesan en las ideas del Che, y hasta lo estudian. Pero todavía falta mucho por avanzar en la recuperación de su concepción marxista revolucionaria, que, sin embargo, es más necesaria que nunca como aporte fundamental del Che, ante los desafíos actuales y del futuro cercano.
–En los tempranos años de la Revolución, usted, desde su militancia y accionar intelectual, luchó enérgicamente contra el dogmatismo desde múltiples espacios, como la revista Pensamiento Crítico. Hace unos años, el presidente Raúl Castro expresó que “hay que romper dogmas con el propósito de sentar las bases de la irreversibilidad y el desarrollo del socialismo cubano”. ¿Cuánto laceran los dogmas al socialismo, en particular al proceso cubano?
–El socialismo siempre es una apuesta a favor de lo que el sentido común y el orden vigente consideran imposible, mientras que los dogmas consideran intangible al orden y a todo lo que existe. Aunque en sí mismo es sinónimo de conservadurismo, el dogma es en el socialismo una avanzada de contrarrevolución. A su sombra se desarrolla el poder de grupos que expropian al pueblo su poder y al sistema sus mejores características, y es un denominador común de clérigos, oportunistas y aprovechados. Lo peor es que lo esencial para la época que llamo de transición socialista es el predominio de cambios culturales creadores en todos los sentidos, sucesivos y simultáneos, mientras que el dogma hace creer que se puede conquistar una vida, una manera de pensar y sentir y una sociedad nuevas mediante la utilización de la cultura existente. Pero como el signo dominante de ésta es el capitalismo –una cultura que ha sido capaz de universalizarse y de unir eficacia y atractivos–, esa cultura va anegando, invadiendo sordamente, hasta que se apodera de las instituciones y de la sociedad, y se retorna al capitalismo. Ningún régimen de transición socialista está a salvo de ese peligro mortal, Cuba tampoco. Pero nuestro país tiene muchos elementos a su favor para enfrentarlo y vencerlo, que ha acumulado durante más de medio siglo. Raúl ha combatido desde muy joven por la causa del socialismo cubano y ha sido uno de los protagonistas de esta experiencia. Por eso es que tiene la lucidez y la determinación que le permite hablar, a esta altura, de “sentar las bases de la irreversibilidad y el desarrollo del socialismo cubano”.
–Lo anterior lleva irremediablemente a preguntarle sobre la actualidad cubana. En especial por las nuevas transformaciones del modelo económico que se están implementando en el país y que reciben ataques y al mismo tiempo alabanzas desde todos los flancos. Por mencionar dos extremos, desde la derecha dicen que es sólo un barniz a una revolución estancada en los años ’60, mientras que comunistas a ultranza señalan que se coquetea con el capitalismo. O sea, parafraseando el título de uno de sus libros… ¿cambiaron los desafíos del socialismo cubano?
–En cuanto a la actualidad cubana, opino que continúa vigente la unidad política revolucionaria, que es algo fundamental. Y, dentro de ella, continúan las tensiones y contradicciones entre las perspectivas diferentes dentro del socialismo que han caracterizado a nuestro proceso. Para conocer y comprender a la Revolución Cubana suele ser necesario traducir o echar a un lado una masa de desinformaciones, tergiversaciones, proyecciones que retratan más al que opina o informa que a Cuba, y también no limitarse a buenos deseos. Ya más libre, se puede constatar que sigue en pie una realidad: la revolución socialista de liberación nacional ha logrado desarrollar, defender y mantener una sociedad de transición socialista basada en el imperio de la justicia social, la plena soberanía nacional, el patriotismo y una cultura compartida de que el poder y la economía deben servir al pueblo. Hace veinte años quedó claro que Cuba no era un caso más de lo que llamaban “socialismo real”. Pero hoy también está claro que las revoluciones socialistas del llamado Tercer Mundo han encontrado barreras colosales para profundizar sus procesos, porque en el mundo predomina un sistema capitalista hipercentralizado, que tiene tales fuerzas y debilidades que sólo puede existir tratando de imponerse o articularse en todas partes. Esa realidad no impide que se formen nuevos poderes populares que avancen por el camino de la liberación y el socialismo, pero sí puede condicionarlos. Lo mismo le sucede a Cuba, aunque, repito, tiene muchas fuerzas y características a su favor. Por eso es fundamental que conozcamos bien los datos de la economía cubana y los externos que influyen en ella, las estrategias y las políticas en curso o que podrían adoptarse, y las decisivas implicaciones sociales, y finalmente políticas, que tendrán. Y que discutamos todo libremente, incluidas nuestras discrepancias, como ha pedido el compañero Raúl. Me permito reproducir aquí dos párrafos de la introducción a mi libro Las ideas y la batalla del Che, escrita hace poco más de dos años, para concluir con una opinión personal sobre este tema crucial: “Resulta meridianamente claro que el factor subjetivo tiene que ser el determinante en la transición socialista cubana. Sería criminal no utilizar el inmenso potencial que el país ha acumulado en el campo del conocimiento, la politización, el manejo de las técnicas y la conciencia. El número y la calidad de personas capaces y conscientes es superior a los demás datos de recursos, y su utilización constituye sólo una fracción de lo esperable: trabas enormes y muchas veces absurdas lo impiden. Si conseguimos viabilizar la utilización de nuestras fuerzas, podríamos aumentar sensiblemente la producción, los servicios, la eficiencia, el buen gobierno, la resolución de los problemas, el enfrentamiento de las carencias, y optimizar el empleo de los recursos con que contamos. No es necesario ningún recurso material para ser solidario y ser fraterno, para aprender a no vivir del esfuerzo ajeno o de espaldas a lo que el país necesita. Exigir laboriosidad y retribuir el trabajo son dos tareas que pueden hacerse desde posiciones muy diferentes, incluso opuestas. El capitalismo ha experimentado todos los usos de la coacción y el dinero para lograrlo, y todas sus combinaciones. La transición socialista –se entiende muy bien en El socialismo y el hombre nuevo en Cuba– tiene otros puntos de partida para hacer cumplir esas exigencias. El socialismo utiliza el salario y algunas otras categorías provenientes del capitalismo, pero no se somete a ellas. Y jamás puede hacerlo separándolas del mando del poder popular revolucionario sobre la economía. Los aprendizajes del mundo del trabajo tienen que articularse íntimamente con los de la educación de los niños y los jóvenes, con la formación moral –por ejemplo, para qué trabajar, por qué debemos servir a los demás como nos sirven a nosotros–, con un trabajo de los medios de comunicación social que realmente esté a favor de la formación socialista y preste servicio al pueblo, con un medio político que sea vehículo de la participación popular, una unión de gobierno y servicio, un lugar donde sean bienvenidas las iniciativas y las creaciones. La economía es demasiado importante para que el pueblo no participe decisivamente en sus decisiones”.
–En algunas ocasiones se le ha escuchado decir que “para luchar hoy por la sostenibilidad del mundo, hay que ser anticapitalista”. ¿A qué se debe tal aseveración?
–A dos razones, por lo menos. Primera, lo que llaman sostenibilidad debe ser ante todo que se sostenga la vida de todos, que se acabe el hambre, la desnutrición, la falta de luces y oportunidades que padecen cientos de millones de personas, y que el bienestar, el empleo y la vida dignos, la niñez y la vejez seguras, los servicios sociales, el respeto a las diversidades y la convivencia real entre los diversos, el buen gobierno, la autodeterminación de los pueblos y la soberanía nacional y popular sean universales. Segunda, el funcionamiento de lo que ha llegado a ser el capitalismo en su desarrollo monstruoso le exige oponerse activamente y negar todo lo que acabo de relacionar, sin excepciones, y le exige robar los recursos a escala mundial, muchas veces a mano armada, destrozar ambientes, depredar el planeta, promover consumos ingentes y sofisticados al interior de sus mercados de los incluidos, incrementar a niveles récord las desigualdades y sostener un sistema totalitario de información, formación de opinión pública y de gustos, que reduce a las personas y los pueblos a mero público. Se podrían listar unas cuantas razones más. Frente a esas terribles realidades, contamos con dos fuerzas principales a favor de las personas y los pueblos. Una, los colosales adelantos en prácticamente todos los campos científicos y sus correlatos técnicos y de otros tipos, en un arco gigantesco que va desde la vida, el cuerpo humano y su salud hasta el cosmos, en las capacidades de generar medios que satisfagan las necesidades y proporcionen bienestar y satisfacciones a todos. Dos, un siglo de acumulación cultural de prácticas, ideas y sentimientos que permiten fundamentar todas las resistencias y las rebeldías, proyectar movimientos y estrategias eficaces de liberación de todas las dominaciones y de creación de nuevas maneras de vivir y de organización social, y prefigurar un mundo nuevo y una vida nueva, la utopía bien entendida, que es el más allá posible de convertir en realidades mediante las praxis conscientes y organizadas. Por eso creo neceario, imprescindible, obrar en consecuencia
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