(Bandera Roja)
Los medios han condenado los disturbios en Londres tachándolas de actos de destrucción sin sentido. El periódico Sun proclamaba la “orgía de violencia mafiosa”. David Lammy, parlamentario por Tottenham, se subió al carro diciendo que los protagonistas de los disturbios eran “imbéciles”. Pero está totalmente equivocado. Los disturbios son una respuesta a la violencia a la que está sujeta la gente a diario –la violencia que surge de la opresión, la pobreza y la alienación.
Sólo horas antes, la policía y las autoridades ignoraron una protesta de cientos de personas que marcharon a la estación de policía de Tottenham para exigir justicia por Mark Duggan, muerto a balazos por la policía el jueves previo.
El estado intenta desacreditar a los amotinados como la violencia de una minoría. Eso es porque está aterrorizado de la resistencia masiva que puede surgir contra la pobreza creciente y la violencia policial. La rabia contra estas injusticias se extiende como la pólvora –hasta que alguien enciende la primera chispa.
La gente común, que se siente invisible la mayoría de su vidas, toma las calles y se convierte en el centro de atención. No se trata de que la gente destruya su localidad sin razón alguna. Se trata de expresar su furia, ahí donde estén.
La violencia de los disturbios es mínima comparada con la violencia que el sistema inflige diariamente –como la hambruna en África que está matando a miles de personas y las guerras que masacran a millones.
Algunos dicen que los disturbios no sirven para nada a la vez que dan una excusa al estado para cercenar nuestros derechos. Pero los alzamientos pueden lograr resultados importantes.
Las protestas de los 80 en Gran Bretaña forzaron al estado a echar atrás su política de mano dura. El Gobierno se vio forzado a gastar más dinero en las zonas interiores de las ciudades. Y cimentaron la atmósfera antirascista en la medida que los jóvenes negros y blancos lucharon codo con codo.
El motín de prisión más largo en la historia de Gran Bretaña tuvo lugar en la prisión de Strangeways, Manchester en 1991. Y tras ser reconstruida se fueron eliminando ciertas prácticas especialmente degradantes.
Cambio
No podemos limitarnos a que los gobernantes nos digan que es un comportamiento “aceptable” –eso está diseñado para evitar que luchemos por un cambio verdadero. ¿Qué hubiera pasado si la gente que luchó contra el apartheid en Sudáfrica se hubiera quedado dentro de los límites del sistema? El racista sistema de apartheid todavía seguiría funcionando.
Los disturbios generalmente ocurren en el contexto de una resistencia más amplia, como el año pasado durante la Huelga General en el Estado español, cuando la policía provocó nuevos disturbios al intentar disolver piquetes de los trabajadores.
Puede implicar que mucha gente se una para resistir colectivamente, formando movimientos de cambio mucho más grandes y que la gente tenga una visión de su propio poder. Puede crecer hasta convertirse en un levantamiento urbano donde el pueblo tome el control de áreas enteras –como sucedió en Derry, Irlanda del Norte, en 1969.
Pero el desenlace puede variar. Un participante en los disturbios de los 70 en Notting Hill recuerda que “en su momento fue magníficamente liberador. Había una sensación de que ni siquiera tenías que pelearte con la policía –si erais suficientes la policía huiría. Pero la pregunta es: ¿qué haces con dicha sensación?”.
Cuando hay un nivel bajo de organización colectiva, y los individuos no están conectados a un movimiento más amplio, los alzamientos pueden crecer y decaer muy rápidamente. El subidón inicial es difícil de sostener, y puede quedar atrapado en la confrontación con el estado.
Es por eso que los disturbios no terminan con la opresión y la explotación. Preocupan a la clase dominante, pero hace falta más para alarmarlos realmente. Como dijo la revolucionaria Rosa Luxemburgo, “allí donde han sido forjadas las cadenas del capitalismo, es donde hay que romperlas”.
El poder colectivo en los lugares de trabajo permite que el progreso del movimiento sea decidido democrática y colectivamente. Que no es lo que sucede en el medio de una revuelta, aunque sea liberador.
Pero sería un error contraponer artificialmente las huelgas a los disturbios o a otras formas de protesta. El quid de la cuestión es cómo integrar dicha rabia, energía y desafío al poder con la consciencia política y estrategia de la acción colectiva.
Los disturbios representan la rabia que la gente siente por las injusticias del sistema. Los socialistas revolucionarios tomamos partido –apoyamos a cada persona que luche. Como dijo Martin Luther King, “las revueltas son la voz de los sin voz”.
Viv Smith
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