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lunes, 17 de junio de 2013

Los descubridos descubiertos

(ANRed)
Una mirada arqueológica para revisar lo incuestionable, la civilización reinó mediante el genocidio, logrando petrificar una imagen que aún persiste: la inferioridad de los pueblos originarios y la necesidad de incorporarlos a la civilización occidental.

Por ANRed - Sur (redaccion@anred.org)

Ya nadie puede ignorar a la comunidad Qom. Vemos desde hace un tiempo las constantes represiones que reciben por parte del gobierno provincial, la pasividad del gobierno nacional ante los acontecimientos; nos enteramos de las amenazas y ataques por parte de “anónimos” a los que siquiera se los investiga. Estamos frente a un problema que comúnmente se encuadra como casos particulares y recurriendo a concepciones reduccionistas. Quizás se trata de un problema cultural histórico mal abordado.

La forma de vida que se adoptó desde la consolidación del Estado Nacional después de 1880 actuó (y actúa) como modelo contra estos “bárbaros”. Paradójicamente, la civilización reinó mediante el genocidio, logrando petrificar una imagen que aún persiste: la inferioridad de los pueblos originarios y la necesidad de incorporarlos a la civilización occidental. Esto enmascara la idea de crearles una nueva realidad poniendo fin a su propia historia. Aparentemente, se llega a esta idea mediante el análisis de sus comportamientos, creencias, costumbres y modos de organización. Pero, ¿es posible entender a una cultura tan lejana como la de los pueblos originarios? ¿O será que al tratar de entender una cultura diferente (en este caso la de los pueblos originarios) a través de la razón, la cultura occidental termina frente a la propia irracionalidad que fundamenta y explica a la misma cultura de occidente?

Es interesante ver cómo el trasfondo de este conflicto se encuentra sostenido por la cultura occidental, la cual es pocas veces puesta en tela de juicio. Teóricos como Michel Foucault hablan de una “arqueología” para quitar el sesgo de naturalidad a construcciones realizadas por cada época. Aquí estamos frente a una construcción que nos indica una desigualdad de conocimientos, capacidades y derechos, que se ve representada en el momento en el que se decide ignorar tanto el robo de tierras de los Qom, como también, tratar algún tema relacionado con sus protestas. No olvidemos que sus reclamos fueron tenidos en cuenta por los medios masivos de comunicación recién a partir de su acampe en la Avenida 9 de julio y luego olvidados nuevamente. La agenda de acontecimientos importantes suele relegar descaradamente las problemáticas relacionadas con los pueblos originarios.

El intelectual especializado en el área de ciencias sociales, Boaventura de Sousa Santos, en su libro Una epistemología del SUR trata, de una manera foucaulteana, una construcción que puede explicar el origen de la naturalización de esta actitud indiferente. Si bien aborda directamente el papel que tuvo Occidente como descubridor a partir de 1492, no existe razón para afirmar que habla de un tema que no continúa vigente. El proceso colonizador, a pensar de las posteriores independencias, sí fue exitoso: el sistema de organización y formas de entender al otro, como se lo entiende al Qom, son eurocentristas. Incluso podríamos hablar de una “emancipación” del yugo Europeo, en vez de una “liberación” propiamente dicha, porque no se abandonó la matriz colonial, sino que se la intentó copiar al consolidarse los aparentemente “nuevos estado-nación”.

Siguiendo a De Santos Sousa, podemos tomar su análisis del “descubrimiento” y trasladarlo a a la actualidad. En un primer momento, el autor asegura que existe una relación recíproca e igualitaria entre los componentes “descubridor” y “descubierto”, porque en ese primer encuentro, quien descubre es también descubierto por el otro y viceversa. Pero nadie se pregunta por el papel de España, el sistema educativo se encarga de que no surjan dudas al respecto. Es descubridor quien tiene mayor poder y saber, y consecuentemente se apropia del descubierto, poniéndolo en un lugar de inferioridad. Esto nos permite señalar un sesgo imperial que caracteriza a todo descubrimiento, basado en el control y sumisión del otro. Sesgo que también encontramos al hablar de los pueblos originarios. Existe un sostén, ya cristalizado, que clausura la revisión de quién encarna los distintos conceptos. No sólo se establece la inferioridad, sino también, es legitimada y profundizada a través de estrategias como el racismo, la imposición económica, política y cultural.

Una vez conseguida la independencia, el lugar de lo urgente en la organización del país lo pasó a ocupar la necesidad de la consolidación de un Estado Nación. Los principios de unidad en cuanto al modelo económico, sistema educativo, ejército y cultura, resultaban necesarios. Parecía que finalmente se conseguiría la paz en el territorio. Sin embargo, todas estas promesas se ven derrumbadas al descubrir la imagen falsa de este “nuevo Estado” que aparenta fomentar la inclusión cuando encara los avances contra las comunidades originarias. El principio de unidad pretende homogeneizar a los habitantes, principalmente desconociendo a los grupos sociales que tienen formas diferentes de pertenencia. Esto abre paso a una relación social desigualdad que conlleva en si el germen de la inferioridad de determinados grupos en el imaginario nacional. La cultura occidental al hablar de sí misma, dificulta el desplazamiento de su lugar como enunciador central de un discurso que no contempla la existencia de diversidad de comunidades. Crea una línea que divide por un lado lo cuestionable y criticable, y por otro, lo que no lo es. Los pueblos originarios se encuentran del otro lado de la línea, son invisibles, por eso no se cuestionan su exclusión y el avasallamiento que sufren. Por el contrario, son llevados al límite. Todo esto surge por los mismos conceptos que Boaventura de Sousa Santos utiliza en su ejemplo: el saber y el poder. Ambos se encuentran tanto respaldados como representados por ese Estado nacional, que cuenta con todas las características de una mirada eurocentrista. Aún no se aceptan a aquellas comunidades preexistentes a la colonización, incluso se retoman las mismas estrategias de inferiorización: el colonialismo es interno, se busca imponer un sistema económico, político y cultural único.

El hecho de que ocurran esta serie de represiones y exclusiones se debe a un factor que no es para nada menor: los pueblos originarios ponen en cuestión el control y los límites provenientes de la cultura occidental. Sus protestas tienen un trasfondo descolonizador y anticapitalista porque no son fruto de Europa. Su organización precede a la colonización. Son los más capacitados para romper con los vínculos eurocentristas que condicionaron el desarrollo del continente americano. Como superación, proponen un Estado Plurinacional en el que se aceptan y conviven dentro de un mismo Estado, dos conceptos de nación distintos: la nación cívica (propia del modelo europeo) y la nación étnico-cultural.

Este choque de culturas nos permite confirmar la existencia de diversidad en un mundo que aparenta estar dominado completamente por las ideas de Occidente. Pero a la hora de comprender a un otro tan distinto, es acotada la capacidad que permite hacerlo efectivamente. A pesar de eso, al estudiar la cultura occidental y principalmente, al poner en tela de juicio lo incuestionable, se produce un acercamiento a una manera radical de entenderla, demostrando sus falencias e injusticias. El gobierno nacional se entiende a si mismo como transformador y reforzador de la identidad popular. Entonces su accionar resulta paradójico al igual que su discurso. En el acto por el 25 de mayo, Cristina Fernández de Kirchner afirmó: "Somos un gobierno que también nos hemos hecho cargo del costo político que significa no reprimir a un solo argentino porque corta la calle o piensa distinto". El poder de hacer invisibles a los pueblos originarios continúa.

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